sábado, 9 de octubre de 2010

Tótem y Tabú, en Freud

En su obra “Tótem y Tabú” muestra la analogía que existe entre los enfermos neuróticos y el comportamiento del primitivo frente a las prohibiciones tabú y restricciones de su tribu, muchas personas se han impuesto comportamientos individuales tan estrictos y rigurosos similares a los comportamientos tabú de los miembros de las comunidades más primitivas. A dichas personas las designa Freud con el nombre de “Enfermos del tabú”. Las semejanzas se hallan en una serie de hechos psicológicos a los cuales se somete tanto el primitivo como el enfermo neurótico, ignorando sus causas, es decir, carecen de toda motivación o razón lógica sobre sus acciones pavorosas; además las prohibiciones se observan bajo la influencia de una gran angustia.

En los dos casos se teme a la violación de dichas restricciones pues esto contraería un castigo o a una desgracia automática, ya sea para sí mismo en el caso del primitivo o para una persona amada en el caso del neurótico. Las mismas prohibiciones generan ceremoniales y prescripciones de carácter estricto y obsesivo ya que el individuo una vez transgredida la prohibición busca la manera de apaciguar su conciencia.

El deseo de transgredir la prohibición es inconsciente, ante este hecho los pueblos primitivos toman una actitud ambivalente frente al objeto tabú (una actitud de cariño y hostilidad), pero en su inconsciente no desean otra cosa, sino violar dichos preceptos; al neurótico le sucede lo mismo y, para subsanar la tendencia se autoimpone actos de expiación.

En el ensayo ” Los actos obsesivos y las prácticas religiosas”, Freud se ocupa más profundamente del tema de la religión, además de ver las semejanzas entre los ceremoniales obsesivos y las prácticas religiosas, descubriendo que ambos están motivados por intensos sentimientos de culpa que se originan a su vez en deseos reprimidos en el inconsciente, de los que tanto neuróticos como individuos religiosos se defienden por medio del ceremonial.

Freud descubre en la práctica religiosa el mismo trato que hay entre la prohibición y el deseo, entre la tendencia represora y la reprimida. Para él existe una especie de transacción entre dichas tendencias, razón por la que en nombre de la religión y a favor suyo se realizan todos estos actos que la religión misma prohibe.

A partir de las investigaciones realizadas mediante el psicoanálisis Freud señala a la neurosis obsesiva como una religión individual y a la religión como una neurosis obsesiva universal.

En los primeros escritos Freud también halló una diferencia entre la religión y la neurosis. La diferencia radica en que el enfermo neurótico ha llevado a cabo una represión de contenidos sexuales, mientras que tras la conducta del hombre religioso se adivina una represión de contenidos antisociales y egoístas; el primero teme a la sexualidad y, desde ese temor crea su neurosis; el segundo teme a sus impulsos antisociales y egoístas y desde ese temor crea su religiosidad.

Esta diferencia más tarde desaparece, pues en escritos posteriores, como ”Más allá del principio del placer”,” El yo y el ello”, “La perdida de la realidad en la neurosis y psicosis”, plantea un nuevo esquema sobre la vida pulsional, y donde inicialmente al grupo de tendencias sexuales se enfrentaban las pulsiones del yo, pues, descubre que los impulsos del yo se hallan también libidinizados, es decir, el yo, que hasta ahora coincidía con la parte consciente, resultó tener distintas partes inconscientes. “El yo no es otra cosa que una parte remodelada, separada del ello y adaptada al mundo exterior”. Así lo confirma en un aparte de ”El malestar en la cultura”: “Este Yo se nos presenta como algo independiente, unitario, bien demarcado frente a todo lo demás: Sólo la investigación psicoanalítica -que, por otra parte, aún tiene mucho que decirnos sobre la reacción entre el yo y el ello- nos ha enseñado que esa apariencia es engañosa; que, por el contrario, el yo se continúa hacia dentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente que denominamos ello y la cual viene a servir como de fachada “[1]. La neurosis sería el resultado de un conflicto entre el yo y el ello. La función del yo, sólo como instancia reguladora y ordenadora, pasa aquí a un segundo plano; en este sentido existe una perfecta identidad entre el conflicto donde se originan tanto la neurosis como la conducta religiosa.

La religión en el contexto freudiano aparece como una medida de protección utilizada por la cultura contra la neurosis. Pues, la adaptación a la neurosis general exime a numerosos individuos de la “labor de construir una neurosis personal”. La religión ofrece al creyente una autoridad a quien someterse, así como una guía que le lleve por los insondables caminos de la vida, así, el individuo se libera de la responsabilidad que significa el manejo de su propia vida, de su propia libertad.

La religión cubre una necesidad de dependencia y apoyo que el hombre sufre desde niño; Freud le da a la religión por sus características psicológicas el nombre de “ilusión, así lo expresa “El porvenir de una ilusión“.

“...nuestro examen de la génesis psíquica de las ideas religiosas, podremos ya formularla como sigue: tales ideas que no son presentadas como dogmas, no son precipitados de la experiencia ni conclusiones del pensamiento: son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la humanidad. El deseo de su fuerza está en la fuerza de estos deseos . Sabemos ya que la penosa sensación de impotencia experimentada en la niñez fue lo que despertó la necesidad de protección, la necesidad de una protección amorosa, satisfecha en tal época por el padre, y que el descubrimiento de la persistencia de tal indefensión a través de toda la vida llevó luego al hombre a forjar la existencia de un padre inmortal mucho más poderoso. El gobierno bondadoso de la divina providencia mitiga el miedo a los peligros de la vida; la institución de un orden moral universal, asegura la victoria final de la justicia, tan vulnerada dentro de la civilización humana, y la prolongación de la existencia terrenal de la existencia terrenal por una vida futura amplía infinitamente los límites temporales y espaciales en los que han de cumplirse los deseos ”[2]

Sin embargo, afirma Freud, que el precio que se paga por las ilusiones es muy alto: pues mientras se cree en ellas nos estamos engañando y cuando estas creencias se derrumban, la decepción que se sufre es mayor. No obstante la ilusión no es lo mismo que un error, ni es necesariamente un error, pues su punto de partida está en los deseos del hombre. También reconoce que las ilusiones pueden ser “saludables”, puesto que contribuyen en los individuos a evitar el displacer y a proporcionar en ellos satisfacción.

La mayor ilusión de los sujetos religiosos es ser amado por Dios. Freud toma como ejemplo a la iglesia católica y al ejercito a quienes llama masas artificiales, pues en ellas se ejerce una coerción exterior dirigida a preservar las masas de la disolución. “En la iglesia – y habrá de sernos muy ventajoso tomar como muestra la iglesia católica- y en el ejercito reina, cualesquiera que sean sus diferencias en otros aspectos, una misma ilusión: la ilusión de la presencia visible o invisible de un jefe( Cristo, en la iglesia católica y el general en jefe, en el ejercito), que ama con igual amor a todos los miembros del la colectividad”[3]

Al ser permanente la indefensión en el hombre también permanece en él una continua necesidad de protección: Cuando el hombre advierte que frente a los poderes exteriores de la naturaleza y frente a las imperfecciones de la civilización, sigue siendo un niño que necesita protección y cariño; atribuye a dicha instancia protectora los rasgos de un padre protector, “se crea así un acervo de representaciones, nacido de la necesidad de hacer tolerable la indefensión humana y formado con el material extraído del recuerdo de la indefensión de nuestra propia infancia individual y de la infancia de la humanidad”[4]

El problema de la religión está en que a pesar de haber mostrado su utilidad en la solución de grandes incertidumbres en la vida del hombre va más allá de dichas necesidades, y el hombre de acuerdo con Freud debe buscar mejores y más efectivos métodos para la solución de dichos problemas, pues las ilusiones religiosas retardarán el progreso de la humanidad, y en este sentido resultan nocivas.

El hombre debe abandonar el infantilismo psíquico en el que se halla, pues no puede permanecer eternamente niño, tiene que salir algún día a la vida, a la dura vida enemiga.

Freud explica a través del psiconalisis el origen de la religión, (a la que deriva de la psicología infantil): la conciencia religiosa proviene de un colectivo complejo de Edipo fundado en el deseo de todo niño de asesinar a su padre y casarse con la madre. La religión de la humanidad presenta la misma evolución de la sexualidad infantil, ya que está muestra un laso común con el complejo de Edipo y por ende con el desarrollo sexual.

Esta explicación da a conocer el origen del sentimiento religioso de culpa: la prohibición de matar el animal –tótem, sustituto del padre, es levantada en cierto sentido con el banquete del sacrificio, donde el religioso al comer la carne del animal se identifica con el padre –Dios. Esta obsesión, esta culpa, es la raíz de la religiosidad.

La fuerza de la creencia religiosa, se basa en que dichas ideas son “ilusiones”. Pero, aún siendo la religión una ilusión, no es una mentira, es decir, no es contraria a la realidad psicológica, pues está motivada por la necesidad del deseo. La religión proyecta el deseo infantil nacido del complejo de Edipo, y de individual se hace universal.

La religión logra lo que la cultura, a pesar de sus avances y con ayuda de todas sus instituciones, no ha logrado realizar: remediar el profundo sentimiento de impotencia frente a la falta de dominio de la naturaleza.

Por esta razón cree Freud que la perdida de la religión significaría un incremento de la neurosis, ya que todo los sujetos no estarían capacitados para la incredulidad y el ateísmo.

Pero la religión supone una importante labor frente a la defensa contra la neurosis, frente a la lucha de la renuncia pulsional que la vida en común lleva en si. Se presenta como un medio siempre presto a ofrecer las más diversas soluciones en esa interminable lucha entre padres e hijos, evitando que esa lucha desgarre al sujeto. La religión se presenta como un momento importante en el crecimiento de la humanidad. En este sentido se debe considerar como una neurosis necesaria.

En “Tótem y tabú” se observa claramente el esquema evolutivo enmarcado por la religión en un momento de desarrollo de la humanidad, que a la vez corresponde con el momento de desarrollo de la libido, en el que el niño superando su estado narcisista se fija ahora en los padres.

En este esquema si la cosmovisión animista supone una reproducción del primer narcisismo infantil en la que el sujeto se atribuye para si toda la omnipotencia, el sistema religioso supone un paso adelante en la maduración, en la medida en que sede dicha omnipotencia a favor de los dioses, es decir, lleva a cabo una renuncia en beneficio de los mismos.

Para el hombre religioso, afirma Freud, tanto el dios de la ilusión, como el dios de la ambivalencia afectiva, poseen un fundamento común, los dos son una muestra de la resistencia a dejarse abatir por la realidad.

La omnipotencia del pensamiento es la manifestación del deseo infantil, que pretende a toda costa mostrar, una supervaloración de las propios deseos, mientras que en la madurez las personas deben debe renunciar a esos antiguos sentimientos de omnipotencia para ceder lugar a la realidad. Sin embargo asumir esa perdida no es fácil, es ahí (como afirma Freud) cuando la experiencia religiosa ofrece una solución, la figura idealizada del padre (el padre del primer narcisismo) es transferida a Dios. El hombre religioso cree que en algún lugar se encuentra el Dios todo poderoso quien le salvará de la finitud, la indigencia y la impotencia en la que se halla, de esta manera logra mantener viva la ilusión.

La oración se presenta ahora como una herramienta fundamental para ganarse la indulgencia y el favor de los dioses. El hombre religioso asegura una influencia directa sobre los dioses y con ello una parte de su omnipotencia.

En este contexto, la oración significa dar un paso adelante en el sistema evolutivo de la religión del hombre. En “Tótem y tabú” se advierte un adelanto en la acción mágica del primitivo quien pretendía influir en la naturaleza imitándola. El hombre religioso cambia el procedimiento por ruegos, procesiones y oraciones a favor de algunos santos o alrededor de sitios que considera sagrados.

La oración también se consolida como una medida protectora de carácter mágico, no solo frente a los peligros de la realidad exterior, sino frente a los eventuales peligros que representan los asaltos de los impulsos reprimidos en el inconsciente. De la misma forma se defiende el neurótico obsesivo con sus ceremoniales, estos le protegen contra la ambivalencia de sentimientos, contra los malos pensamientos, que para el sujeto resultan insoportables.

Con respecto a la religión, esta cumple con la función de resguardar y consolar a sus miembros, la experiencia ilusoria sirve de enlace entre la realidad interna y externa desde la perspectiva de la fe. Los signos y símbolos religiosos, así como la oración son elementos fundamentales en el tránsito por la vida del hombre.

El sujeto religioso no considera su fe como alucinación de sus propios deseos, como un elemento meramente subjetivo; por el contrario ese mundo es para él real, así como su relación con Dios es directa, Dios le ama, le ampara, le guía y le juzga, es una relación personal, ya que en último término Dios es quien lo ha creado y conoce todos sus secretos.

Tanto la oración como los símbolos y signos religiosos son vehículos de expresión que van mas allá de la realidad física. La oración es el camino por el cual el creyente se comunica con Dios de forma directa, inmediata y personal. El Dios al que se ora está inmtimamente ligado a la historia personal de cada individuo; en esta relación se conjugan tanto elementos conscientes, experiencias de la vida adulta, así como datos que provienen de la infancia del sujeto; pero la oración sólo se legítima en la medida en que se tenga presente el amor fraterno; pues sólo se conoce a Dios por el amor al hermano, puesto que de lo contrario se caería en un acto puramente narcisista y egocéntrico de la fe. La cuestión planteada por Freud en la experiencia religiosa está en poderse remitir a la realidad del otro.

Desde “Tótem Y Tabú” Freud muestra a través del mito del parricidio cómo el hombre ha tenido que realizar alianzas para poder convivir, ya que debido a la naturaleza instintiva que lo caracteriza, no hubiera podido vivir en comunidad. Con este pacto los miembros de la horda se sentían unidos entre sí, gracias al intenso vínculo con el padre de la horda primordial. Surge una especie de parentesco en torno a un ideal- unificador de un régimen reglamentario.

En “La psicología de las masas y análisis del Yo“ Freud señala que en la masa resucita esa tendencia instintiva de la horda primitiva. Afirma, que así como el hombre primitivo sobrevive virtualmente en cada individuo, también toda masa humana puede reconstruir la horda primitiva. Por esta razón se deduce que la psicología colectiva es la psicología humana más antigua.

Freud retomando las palabras de Le- Bon señala: ” Además, por el mero hecho de pertenecer a una masa organizada, el hombre desciende varios escalones por la escala de la civilización. Aislado era quizá un hombre culto; en la masa es un bárbaro, vale decir, una criatura que actúa por instinto. Posee la espontaneidad, la violencia, el salvajismo y también el heroísmo de los seres primitivos.”

Este aspecto es considerado por Freud “lo siniestro” del alma humana: el retorno permanente a la Omnipotencia primitiva de sus instintos “para juzgar correctamente la moralidad de la masa es preciso tener en cuenta que al reunirse los individuos de la masa desaparecen todas las inhibiciones y son llamados a una libre satisfacción pulsional todos los instintos crueles, brutales, destructivos, que dormitan en el individuo relictos del tiempo primordial. Pero bajo el influjo de la sugestión, las masas son también capaces de elevados actos de abnegación, desinterés, consagración a un ideal”[5]

Los vínculos que unen a la masa contienen la misma herencia del tiempo primordial, son ambivalentes frente a su ideal paterno. Los vínculos libidinales, como los denomina Freud, unen a los miembros de la masa en dos sentidos: horizontal y verticalmente, en la llamada masas artificiales, al señalar a la iglesia y al ejercito cada individuo está ligado libidinalmente por una parte al líder ( Cristo, el Comandante en jefe) y por la otra a otros individuos de la masa. En esta relación el individuo se abandona libremente a sus inhibiciones.

Así, los miembros de una masa sólo establecen vínculos sociales en la medida en que superen la rivalidad y trasformen ese antiguo sentimiento de hostilidad en uno que los identifique entorno a un Ideal: el padre-jefe. Este ideal significa un modelo a seguir, y a imitar, a la vez que está prohibido ocupar su lugar: existe identificación, se mantiene la distancia del Yo con su ideal, hay unos límites que no se deben traspasar.

Los miembros de una multitud, sacrifican el interés personal, en nombre del interés colectivo, pues surge en ellos un sentimiento “contagioso” que lo lleva a realizar los más grandes actos de abnegación en beneficio de la comunidad.

Asimismo, el jefe, o el líder de dicha colectividad debe tener unas cualidades excepcionales: de acuerdo con Freud este jefe deberá estar fascinado por una vehemente fe (en una idea) para que de esta forma también surja la fe en la multitud. Además se debe caracterizar por poseer una voluntad grandiosa, capaz de motivar a las masas que carecen de ella.

En el caso de la iglesia católica la multitud está unida en torno al amor de Cristo, quien es considerado como el hermano mayor, sustituto del padre. Cristo garantiza a cada uno de los creyentes la igualdad en cuanto al amor divino. Es precisamente el amor en Cristo el que une como hermanos a todos los miembros de la iglesia. “ En el lazo que une a cada individuo con Cristo hemos de ver indiscutiblemente la causa del que une a los individuos entre sí “[6].

Sin embargo Freud se sigue mostrando pesimista, puesto que el asesinato de Moisés es un ejemplo claro del fracaso del padre regulador. Este acontecimiento reafirma nuestro origen como hijos de esa violencia originaria, tanto en la parte individual como en la de los pueblos. Tanto el asesinato de Moisés, como el asesinato de Cristo confirman el fracaso de la ley de amor.

Finalizando, la cultura es una estructura de instituciones en función de las cuales se constituye la personalidad de los individuos; la cultura establece patrones y procesos de normalización, pero en la medida en que esos patrones y procesos de normalización de la personalidad se erigen, o tienen su historia, en la lucha entre el yo y el ello, y la constitución del principio de realidad avalado por el súper yo, se llega al resultado de que los patrones, de lo que una cultura considera como normal, tienen su origen en mecanismos patológicos[7], o sea, en mecanismos que también pueden considerarse anormales.

Una neurosis obsesiva determina conductas rituales a las cuales el sujeto que las ejecuta atribuye fundamentos irreales (la ilusión); la neurosis que funda la cultura opera de la misma manera y los rituales emergidos en su proceso de desarrollo también se fundamentan en fantasías, por eso, concluimos con Freud:

El hombre común no puede representarse esta providencia sino bajo la forma de un Padre grandiosamente exaltado, pues solo un padre semejante sería capaz de comprender las necesidades de la criatura humana conmoverse a sus ruegos, ser aplacado por las manifestaciones de su arrepentimiento. Todo esto es a tal punto infantil[8].



[1] Op. Cit. Malestar en la cultura. Pág. 3018

[2] Op. Cit. El porvenir de una ilusión. Pag. 2976 y 2977

[3] Op. Cit. Psicología de las masas y análisis del <>. Pág. 2578.

[4] Op. Cit. El porvenir de una ilusión. Pág. 2970

[5] Op. Cit. psicología de las masas y análisis del <>. Pág. 2569

[6] Ibídem. Pág. 2579

[7] Los actos religiosos no son otra cosa que el resultado de actos obsesivos. En la cotidianidad el hombre religioso realiza sus ritos, sus ceremoniales como algo común y hasta cierto punto normal. Freud reconoce el origen de estos actos en la neurosis obsesiva.

[8] Op. Cit. El porvenir de una ilusión. Pág. 3023.