sábado, 9 de octubre de 2010

EL PRINCIPE, DE NICOLÁS DE MAQUIAVELO


De diversos estudios que se han hecho sobre la propuesta política que nos da Nicolás Maquiavelo por medio de su obra El Príncipe, enmarcan el ideal de gobierno, o mejor dicho, para gobernar, en una autoridad déspota, inconsiderado, individual, sin morales ni piedades, tomando a la virtud como estrategia para mantener el poder y consolidarlo. Se califica así como apropiado el aforismo “El fin justifica los medios”.

En El Príncipe, vamos a encontrar, como su destinatario[1] lo recibe, unas maneras de fortalecer la forma de estado que Maquiavelo llama principado.

Se reconocen dos formas de gobiernos: El republicano y el monárquico (principado). Señalando a éste último, se estiman dos formas: los principados hereditarios (que son más fácil de mantener), y los principados nuevos.

Para mantener un buen estado, es menester asegurar la autoridad por medio de las armas. Se pone como principio de esta intención a el temor, lo que hace que los ciudadanos sean fieles a su Príncipe, más que el medio del amor. Sin embargo, el Príncipe debe saber en qué medida otorga beneficios a sus funcionarios y al mismo pueblo. La fórmula para mantener unido a sus gobernados es tratarlos con crueldad y con poquísimos ejemplos de severidad, pero entre las dos formulas, se prefiere a la severidad ya que esta muestra clemencia justificando sus acciones violentas.

La apariencia benévola del Príncipe es provechosa en cuanto los engaños hacen que las empresas que emprende salgan bien. Se acepta como facultad de entrar en el mal cuando hay necesidad, cuando los vientos de la fortuna así lo ameriten.

Respecto a los funcionarios al servicio del Príncipe, estos deben ser fieles, mirando solo los intereses del principado más que los particulares. Además, se deben escoger sabios que sepan aconsejar en su momento para oír la verdad sobre los asuntos de estado, y el mismo Príncipe debe pedir consejos sobre la materia, haciendo posible que ningún motivo de respeto debe estorbar para que se los digan.

Podríamos hablar de las tropas, de las clases de principados, de la fortuna y la virtud, de cómo evitar ser odiado y despreciado, etc., temas diversos que en El Príncipe tomaríamos en consideración para un estudio político del texto, sin embargo, delimitaremos nuestro trabajo a tres aspectos que nos llaman la atención: el centralismo, la historia y lo novedoso, consideraciones sagaces[2] que el Príncipe debe tomar para establecer el estado.

2.1 La propuesta de un Estado Centralista.

El príncipe debe fundarse en sí mismo. Es en el monarca en el que se reconocen los poderes y privilegios centrales, entendido este asunto, como el poder absoluto.

Para Maquiavelo, hay más autoridad cuando esta recae en un príncipe, pues todos los habitantes reconocen en él a un único señor[3]. Para llevar a cabo tal empresa, se enfatiza en el sostener el estado por intervención del ejército, un ejército propio, estando el mismo Príncipe a la cabeza del ejército, preparándolo constantemente para la guerra.

El quitar y poner funcionarios a su servicio, dependen en parte no de la fortuna sino de la virtud estratégica, haciendo partidarios suyos, ganándose a los que están a su servicio, para que ejerzan sus cargos con fidelidad. El renovar todo, para fortalecer el poder absoluto, está solo en manos del Príncipe[4], y todo rango o riqueza de sus posesores deben reconocer que se debe a él. Los príncipes deben dejar a otros la disposición de cosas odiosas, reservándose para sí la concesión de gracias.

Por otro lado, en sus funciones categóricas, el Príncipe debe ser fiscal de los medios de producción económica del estado, para obtener dinero, evitando ante todo, el ser menospreciado y aborrecido ante el pueblo, y en otras por ejercito.

Los territorios conquistados deben tener la presencia directa de su nuevo monarca, para hacer posible el control directo de estos pueblos, buscando la unificación; o bien, según la circunstancia, crear estados que se mantengan dependientes de él. En otros casos, es conveniente destruir las ciudades para hacer nuevas que formen parte de los territorios monárquicos.

Ante todo, aconseja Maquiavelo, se debe tener al pueblo como amigo, ya que ellos se obligan a quien los beneficia, pero no debe el Príncipe apoyarse en el pueblo. La idea central, es crear en los ciudadanos una conciencia de necesidad del Estado.

2.2 La historia como modelo de grandes empresas.

A través de toda la obra maquiavélica, se notan los recursos históricos de los que se vale para basarse en sus teorías políticas. Primeramente, el ejercicio de la obra es experimental, como se interpretará en el capítulo 15 de El Príncipe donde reza: “Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de las cosas que tras su apariencia”. Las intenciones buenas, entonces, se ven desplazadas por las efectivas. De ahí que en todo intento de presentar por modo articulado sus ideas nos acerca a cómo él concebía la acción del hombre en la historia y sus supuestas posibilidades y limitaciones.

Sin embargo, parecer ser que el modelo a tomar de la historia no es para dar supremacía al estado, sino para poner en mayor rango al Príncipe, lo que tiene que hacer éste para enseñorearse y evitar las infamias, por tanto, el espejo a tomar en cuenta son los personajes de la historia que llevaron a cabo hechos grandiosos. Citaremos como ejemplo la que dice Maquiavelo en el capítulo XX de El Príncipe: “Volviendo a nuestro asunto, digo que quien considere atentamente lo expuesto en este capítulo, verá que la causa de la ruina de los citados emperadores romanos fue el odio o el desprecio, y comprenderá que, siendo su respectiva conducta semejante, a unos condujo a buen fin lo que fue fatal para otros; porque a Pertinax y Alejandro, por ser príncipes nuevos, les fue inútil y dañoso querer imitar a Marco, que heredó el solio imperial, e igualmente lo fue a Caralla, Cómodo, y Maximiliano imitar a Severo sin tener grandes dotes. Por tanto, un príncipe nuevo en un principado nuevo no debe copiar de los actos de Severo más que lo precioso para afianzar su autoridad, y de los de Marco los que sean convenientes y gloriosos para conservar un estado que esté ya sólidamente constituido”.

2.3 El reto de lo nuevo.

Parece contradictorio, cuando en la obra, en el capítulo segundo, Maquiavelo señala que “los estados hereditarios, habituados a la estirpe de sus príncipes, son mucho menores las dificultades para conservarlos que en los nuevos”; puesto que en éstos últimos es donde enfatiza para gobernar. Puede ser que el ideal, está en el estado de la Italia soñada a la que se refiere en el último capítulo, donde los distintos medios posibles que menciona El Príncipe, sirvan para llegar a feliz término la unificación de Italia. Siguiendo la línea de Strauss, Maquiavelo toma la caracterización de un nuevo Moisés, y su enseñanza enteramente nueva, es un nuevo Decálogo, para el príncipe por completo nuevo, en un Estado del todo nuevo[5].

A esta exhortación podemos recurrir a varias citas, pero nos detendremos por ahora en el capítulo XX de El Príncipe, del cual recogemos las siguientes ideas al respecto: “Jamás ha ocurrido que un príncipe nuevo desarme a sus súbditos; al contrario, si los encontró desarmados los armó...”, “Pero el que considera un nuevo estado para unirlo a otro que de antiguo posee, debe desarmar el adquirido, exceptuando solamente a los que, durante la conquista, se hayan declarado en su favor”. “Los príncipes, especialmente nuevos, suelen encontrar más fidelidad y mayor celo en los que, al comenzar el reinado, son tenidos por sospechosos, que en aquellos que les inspiraban mayor confianza”. Entrevemos a sospechas, advertencias y propuestas para considerar en el nuevo estado, consideraciones (y otras), que el mismo Maquiavelo escribe en el capítulo XXIV que son vital importancia: “Bien observadas las precedentes reglas, harán que un príncipe nuevo reine en sus estados con tanta seguridad como si los tuviese por herencia...”.

El recurrir a la historia no se opone a lo nuevo, al contrario, le da forma. Lo bueno es lo antiguo, y por tanto que lo mejor es lo más antiguo[6]. En sentido propuesto, no es tomar al pié de la letra lo antiguo, sino modificarlo, replantearlos de acuerdo a conveniencia, a la circunstancia, redescubriendo su aplicación al momento histórico.

3. A MANERA DE CONCLUSIONES.

Si bien es cierto que para antes de Maquiavelo toda su predicación se venía realizando en cuanto a manera de gobernar, ninguno se había atrevido a poner por escrito, ni mucho menos dar por aceptado ese estilo exclusivamente por conveniencia, de ambición, crueldad y malicie para llegar a la magnificencia, utilizando todos los medios posibles para tal efecto.

Fue el primero que desbrozó el camino para la ciencia política burguesa basada en la observación de los hechos, en las tentativas de utilizar los datos de la historia y el conocimiento de la psicología humana, en la ciencia liberándose de la teología. Deja de lado, no sólo dogmas de la doctrina religiosa, sino también los postulados de la moral. “La exhortación a desconocer las normas morales, y el cinismo, constituyen la base de la política que se conoce con el nombre de maquiavelismo. Es una política deshonesta, sin principios, inescrupulosa en sus medios y encaminada al logro de los objetivos a cualquier precio”[7]. “Según él, el poder de un fuerte príncipe es el medio más seguro para lograr la unidad política. No en todas partes, dice, es posible la república, y en algunos casos es preferible la monarquía. Para los pueblos ‘corrompidos’, la forma de gobierno más conveniente es, a su juicio, la monarquía... Maquiavelo sostiene que, para crear el Estado único centralizado, tan necesario para la burguesía, lo más conveniente es la monarquía...”[8]



[1] Se refiere a Lorenzo de Médici.

[2] Cfr. Strauss, Leo. Nicolás Maquiavelo, en Strauss, Leo y Cropsey, Joseph. Historia de la filosofía política. México: F.C.E., 1993. Pág. 288.

[3] Cfr. Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Capítulo IV: por qué el reino de Darío, conquistado por Alejandro, no se rebeló, muerto éste, contra sus sucesores. Madrid. Ed. Universidad de Puerto Rico. 1955. Pág. 230

[4] Cfr. Strauss, Leo. Nicolás Maquiavelo, en Strauss, Leo y Cropsey, Joseph. Historia de la filosofía política. México: F.C.E., 1993. Pág. 299.

[5] Cfr. Strauss, Leo. Nicolás Maquiavelo, en Strauss, Leo y Cropsey, Joseph. Historia de la filosofía política. México: F.C.E., 1993. Pág. 292.

[6] Cfr. Strauss, Leo. Nicolás Maquiavelo, en Strauss, Leo y Cropsey, Joseph. Historia de la filosofía política. México: F.C.E., 1993. Pág. 295

[7] Pokrovski V. S. Historia de las ideas políticas. Editorial Grijalbo S. A. México , 1966. Pág. 148.

[8] Ibíd. Pág. 147.