martes, 11 de febrero de 2014

El “espíritu” del capitalismo (De Max Weber)

El “espíritu” del capitalismo  (De Max Weber)

En el título de este estudio se ha utilizado el algo aparentemente pretencioso concepto del “espíritu del capitalismo”. ¿Que se ha de entender por el mismo?

Al intentar dar algo así como una “definición” de dicho concepto, surgen inmediatamente ciertas dificultades que residen en la esencia del objeto a investigar. Si en absoluto es posible hallar un objeto al cual ese concepto es aplicable, dicho objeto sólo puede ser un “individuo histórico”; es decir: un conjunto de relaciones dadas dentro de la realidad histórica que sintetizamos conceptualmente en función de su significado cultural. No obstante, un concepto histórico así, desde el momento en que se refiere a un fenómeno que se vuelve relevante en virtud de su idiosincrasia individual, no puede ser definido según el esquema “genus proximum, differentia specifica” (similitud por género, diferenciación por especie  - o sea y en breve: por “delimitación”); sino que debe ser compuesto en forma progresiva a partir de sus componentes individuales, extraídas de la realidad histórica.

La definición conceptual definitiva no puede estar, por lo tanto, al principio de la investigación sino que debe surgir al final de la misma. Recién en el transcurso del desarrollo y como resultado esencial del mismo surgirá la forma en que debemos entender eso del "espíritu" del capitalismo, vale decir, cual es la forma más adecuada de formularlo de acuerdo con los puntos de vista que nos interesan. Por su parte, estos puntos de vista (que todavía habremos de ver más adelante), no son los únicos aplicables al análisis de los fenómenos históricos que estudiamos. Una perspectiva diferente, como sucede con todo fenómeno histórico, nos haría aparecer otros rasgos como "esenciales". De ello se sigue que, evidentemente, bajo "espíritu" del capitalismo de ninguna manera ni necesariamente puede, o debe, entenderse solamente aquello que para nosotros surge como esencial, dada nuestra concepción. El por qué esto es así reside simplemente en la naturaleza de la "conceptualización histórica" la cual, para sus fines metódicos, no busca clasificar a la realidad según categorías taxonómicas abstractas sino que intenta vertebrarla a partir de relaciones filogenéticas concretas que siempre e irremediablemente presentarán matices individuales específicos.

De modo que, si se ha de establecer un objetivo pasible de análisis e interpretación histórica, el mismo no puede ser una definición conceptual. Para comenzar, solamente puede ofrecerse una ilustración provisoria de aquello que aquí se entiende por "espíritu" del capitalismo. De hecho, esta exposición resulta indispensable para comprender el objeto de la investigación y para ello recurriremos a un documento que contiene ese "espíritu" que aquí nos interesa en un estado casi clásicamente puro pero que, al mismo tiempo, presenta la ventaja de hallarse libre de toda relación directa con lo religioso y está, por lo tanto, "exento de preconceptos" en lo que hace a nuestro tema.

“Ten en cuenta que el tiempo es dinero. Quien podría ganar diez chelines por día con su trabajo y se dedica a pasear la mitad del tiempo, o quedarse ocioso en su habitación, aunque destine tan solo seis peniques para su esparcimiento, no debe calcular sólo esto. En realidad son cinco chelines más los que ha gastado, o mejor dicho, desperdiciado ”.

“Ten en cuenta que el crédito es dinero. Si la persona a quien le debo un dinero deja que éste siga en mi poder, me estará regalando los intereses; o bien tanto como lo que yo pueda ganar con él durante el tiempo transcurrido. De esta forma se puede acumular una suma considerable si se tiene buen crédito y capacidad para emplearlo bien”.

“Ten en cuenta que el dinero es de naturaleza fecunda y fructífera. El dinero puede engendrar más dinero; los descendientes pueden engendrar aún más y así sucesivamente. Cinco chelines bien colocados se convertirán en seis; vueltos a colocar serán siete chelines y tres peniques, y así hasta llegar a cien libras esterlinas. Mientras más dinero haya disponible, tanto más producirá ese dinero al invertirlo y el beneficio aumentará con una rapidez cada vez mayor. Quien mata una cerda, aniquila a todos sus miles de descendientes. Quien mata una moneda de cinco chelines, asesina (!) todo cuanto habría podido producirse con ella: pilas enteras de libras esterlinas”.

“Ten en cuenta que — según el refrán — un buen pagador es el dueño de la bolsa de todo el mundo. Quien sea reconocido como pagador puntual en el plazo convenido siempre podrá disponer del dinero que a sus amigos no les hace falta”.

“Esto puede ser muy beneficioso. Además de la laboriosidad y la mesura, no hay nada que contribuya más al progreso de un hombre joven que la puntualidad y la rectitud en todos sus negocios. Por ello, nunca retengas el dinero que has pedido prestado ni por una hora más de la convenida a fin de que el enojo de tu amigo no te cierre su bolsa para siempre".

"Hay que cuidar los actos, aún los más triviales, que pueden influir sobre el crédito de una persona. El golpe de tu martillo sobre el yunque, escuchado por tu acreedor a las cinco de la mañana o a las ocho de la noche, lo dejará conforme por seis meses. Pero si te ve en la mesa de billar u oye tu voz en la taberna a la hora en que debieras estar trabajando, no dejará de recordarte tu deuda a la mañana siguiente y te exigirá el pago antes de que hayas podido reunir el dinero”.

“Aparte de ello, debes demostrar que recuerdas tus deudas. Esto te hará aparecer como un hombre tanto puntilloso como honrado, lo cual multiplicará tu crédito”.

“Ten cuidado de no considerar como de tu propiedad todo lo que posees y de no vivir conforme a esa idea. Muchas personas que gozan de crédito caen en esa ilusión. Para prevenirla, lleva con exactitud la cuenta de tus gastos e ingresos. Si te tomas el trabajo de prestarle atención a los detalles advertirás que los gastos más increíblemente insignificantes se convierten en grandes sumas, y te darás cuenta de lo que pudiste haber ahorrado y de lo que en el futuro todavía se puede ahorrar...”.

“Por seis libras esterlinas anuales puedes tener el usufructo de cien libras, a condición de ser una persona de reconocida capacidad y honradez. El que diariamente derrocha un centavo está malgastando seis libras anuales y este es el costo por el uso de cien. Quien desperdicia su tiempo en una fracción equivalente a un centavo (lo cual puede consistir en perder sólo un par de minutos) malogra con el correr de los días la prerrogativa de beneficiarse con cien libras al año. Aquel que desaprovecha un tiempo que vale cinco chelines, pierde cinco chelines como si los hubiera tirado al mar. Quien perdió cinco chelines, no sólo ha perdido esa suma sino que ha perdido todo lo que podría haber ganado con ella en una actividad lucrativa; algo que puede llegar a convertirse en un monto considerable cuando el joven hombre llega a una edad avanzada."

Es Benjamín Franklin {[30]} quien nos predica estas máximas. Son las mismas de las cuales se mofa Ferdinand Kürnberger, presentándolas como el supuesto dogma del americanismo yankee, cuando traza la "semblanza de la cultura americana” {[31]} en una obra escrita con mucho ingenio y no menos sarcasmo. Nadie habrá de dudar que aquí se trasluce el "espíritu del capitalismo" de un modo característico; aunque tampoco se puede llegar a afirmar que el texto contiene absolutamente todo lo que se puede llegar a entender bajo este "espíritu".

Si nos detenemos algo más en la cita — cuya esencia el personaje de Kürnberger resume en la frase: "De las vacas se hace sebo y de las personas, dinero"— lo que llama la atención en esta "filosofía de la avaricia" es el ideal del hombre honrado digno de crédito y, por sobre todo, su compromiso de contribuir al aumento de su propio capital; una meta autojustificada que se da por obvia y sobreentendida. De hecho, no se trata de una simple técnica de supervivencia. Lo que aquí se predica es una "ética" cuya violación no se cataloga simplemente de tontería sino que se la considera como una falta de responsabilidad. Lo que se predica aquí no es solamente "astucia comercial" — aún cuando esto también aparezca con bastante frecuencia. Es un "Ethos" el que se manifiesta y que nos interesa precisamente por esta cualidad.

Jacobo Fugger, conversando con un colega retirado que le proponía alejarse de los negocios, argumentando que ya había ganado lo suficiente y que debía ceder el terreno para que otros también se beneficiaran, contestó que dicha actitud sería pusilánime; que “su opinión era completamente distinta y pensaba seguir ganando todo lo posible mientras le fuese posible". El "espíritu" de esta respuesta difiere manifiestamente del de Franklin: lo que en Fugger se manifiesta como la audacia comercial de una tendencia personal moralmente indiferente {[33]}, en Franklin adquiere el carácter de una máxima con matices éticos.

Es en este sentido específico que aquí se emplea el concepto de “espíritu del capitalismo”. Nos referimos al capitalismo moderno, naturalmente. Queda sobreentendido que se trata aquí solamente del capitalismo europeo-occidental y americano. En China, en Babilonia, en la India, en la Antigüedad y en la Edad Media también existió el “capitalismo”. Pero, como veremos, le faltó ese Ethos característico.

En todo caso, los principios morales de Franklin tienen una orientación utilitaria. La honradez es útil porque permite obtener crédito; lo mismo sucede con la puntualidad, la laboriosidad o la mesura y precisamente por eso es que estas cualidades se consideran virtudes. De lo que, entre otras cosas, podría concluirse que, desde el momento en que basta la apariencia de, por ejemplo, la honradez para producir los mismos resultados, esa apariencia sería suficiente y todo agregado innecesario de virtud tendría que parecer un despilfarro improductivo a los ojos de Franklin. Y en efecto, quien lea su autobiografía y el relato de su "conversión" a dichas virtudes, o la explicación completa de los beneficios que proporciona la estricta observancia de una modestia que aparenta disminuir los méritos propios para ganarse la estima general, al terminar la lectura forzosamente tiene que llegar a la conclusión de que, según Franklin, esas virtudes, como todas las demás, son tan sólo virtudes en la medida en que resultan útiles in concreto para el individuo, con lo que su mera apariencia siempre es suficiente allí en dónde logra los mismos resultados. Lo cual, de hecho, es la conclusión inevitable de todo utilitarismo estricto.

Diríase que hemos descubierto aquí “in fraganti” aquello que los alemanes suelen calificar de “hipocresía” en las virtudes del americanismo. Sin embargo, en realidad las cosas no son tan sencillas. La honradez del carácter de Benjamín Franklin, tal como se refleja en su — de cualquier modo extrañamente sincera — autobiografía, así como en el hecho que atribuye su descubrimiento de la “utilidad” de la virtud a una revelación divina – como si Dios hubiese querido inclinarlo hacia la virtud de esa forma – todo ello revela que, a pesar de lo que pueda pensarse, aquí hay algo más que una mixtura de máximas puramente egocéntricas. En forma principal el summum bonum de esta “ética” estriba en la obtención de dinero y cada vez más dinero pero, simultáneamente, evitando de la forma más estricta cualquier goce inmoderado. Esta concepción se halla tan desprovista de consideraciones eudemonistas y hasta hedonistas, está pensada tan puramente como un fin en si mismo, que — frente a la "felicidad" o la "utilidad" del individuo aislado — aparece como algo completamente trascendente e incluso hasta irracional. De este modo la ganancia se convierte en el fin de la vida humana y deja de ser un medio para la satisfacción de necesidades vitales.

Esta inversión de lo que una percepción desprejuiciada consideraría como el estado "natural" de las cosas es evidentemente tan incondicionalmente típica del capitalismo como extraña resulta para las personas que no han tenido contacto con él. Pero, simultáneamente, contiene una serie de percepciones estrechamente emparentadas con ciertas ideas religiosas. Si formuláramos la pregunta de por qué se ha de "hacer dinero de las personas", Benjamín Franklin, que profesaba un deísmo desteñido, nos contestaría con una expresión bíblica, inculcada desde la infancia por su padre, del cual asegura que era un recalcitrante calvinista: “¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará”.  El ganar dinero — en la medida en que se lo haga legalmente — es, dentro del moderno orden económico, el resultado y la expresión de la idoneidad en la profesión, y esta idoneidad, como es fácil advertir, constituye el verdadero alfa y omega de la moral de Franklin, tal como surge de los fragmentos citados y de todos sus escritos sin excepción.

Efectivamente, ese valor característico — tan común actualmente pero en absoluto tan obvio en realidad — del deber profesional, entendido como un compromiso que la persona debe sentir y de hecho siente en relación con su actividad “profesional” — sea cual fuere esta actividad y al margen de que se la considere como mera utilización de la propia capacidad de trabajo o tan sólo como la propiedad de un bien específico (o “capital”) — es la idea de ese valor la que constituye la “ética social” característica de la cultura capitalista. En cierto sentido tiene para esta cultura una importancia constitutiva; y no porque haya crecido exclusivamente sobre el terreno del capitalismo ya que es fácil hallarla en tiempos pasados que trataremos de explorar más adelante. Menos aún se puede afirmar que, en el actual capitalismo, la apropiación subjetiva de esas máximas morales por parte de sus portadores individuales — sean éstos empresarios o trabajadores de las modernas empresas capitalistas — constituya una condición para la supervivencia.

El actual sistema económico capitalista es un inmenso cosmos. El individuo nace en él; le es dado como un edificio en el que debe vivir y al cual, al menos como individuo, le resulta imposible cambiar. En la medida en que el ser aislado se encuentra entrelazado con las interrelaciones del mercado, el sistema le impone al individuo las normas del comportamiento económico. El fabricante que actúe constantemente en contra de estas normas quedará eliminado económicamente con la misma infalibilidad con la que quedará en la calle en calidad de desocupado el trabajador que no pueda o no quiera adaptarse a ellas.

Por medio de la selección económica, el capitalismo actual, que ha llegado a dominar la vida económica, educa y se procura los individuos que necesita — tanto empresarios como trabajadores. Es precisamente aquí que resulta posible advertir en concreto las barreras del concepto de "selección" como medio para explicar los fenómenos históricos. Para que pudiese "seleccionarse" la forma de vivir y de trabajar que se adapta a la particularidad del capitalismo — es decir: para que esa forma pudiese triunfar sobre las demás — la misma tuvo que haber existido previamente y no precisamente en individuos aislados sino como una concepción particular sustentada por grupos humanos enteros. Por consiguiente, es este origen el que debe ser esclarecido. Más adelante habremos de referirnos al ingenuo concepto del materialismo histórico según el cual esta clase de “ideas” surgen como “reflejos” o “superestructuras” de situaciones económicas. Para nuestro objetivo actual bastará con indicar que, en el país de origen de Franklin (Massachusetts), el "espíritu capitalista" (en el sentido aquí expuesto) ya estaba indudablemente dado antes del "desarrollo del capitalismo" (ya en 1632 surgieron quejas en Nueva Inglaterra, y no así en otros lugares del territorio americano, acerca de la voracidad codiciosa que denotaban ciertos comportamientos). Por el contrario, en las colonias vecinas (que más tarde serían los estados del sur de la Unión Americana), ese espíritu no logró un mayor grado de desarrollo, a pesar de que estos estados recibieron el aporte económico de grandes capitalistas con fines comerciales mientras que las colonias de Nueva Inglaterra surgieron por la obra y por las motivaciones religiosas de predicadores, gente graduada, pequeños burgueses, artesanos y labradores.