jueves, 25 de agosto de 2016

Fragmentos del libro III de La Política


Libro tres:

Capítulo V
División de los gobiernos 

Siendo cosas idénticas el gobierno y la constitución, y siendo el gobierno señor supremo de la ciudad, es absolutamente preciso que el señor sea o un solo individuo, o una minoría, o la multitud de los ciudadanos. Cuando el dueño único, o la minoría, o la mayoría, gobiernan consultando el interés general, la constitución es pura necesariamente; cuando gobiernan en su propio interés, sea el de uno sólo, sea el de la minoría, sea el de la multitud, la constitución se desvía del camino trazado por su fin, puesto que, una de dos cosas, o los miembros de la asociación no son verdaderamente ciudadanos o lo son, y en este caso deben tener su parte en el provecho común. 

Cuando la monarquía o gobierno de uno sólo tiene por objeto el interés general, se le llama comúnmente reinado. Con la misma condición, al gobierno de la minoría, con tal que no esté limitada a un solo individuo, se le llama aristocracia; y se la denomina así, ya porque el poder está en manos de los hombres de bien, ya porque el poder no tiene otro fin que el mayor bien del Estado y de los asociados. Por último, cuando la mayoría gobierna en bien del interés general, el gobierno recibe como denominación especial la genérica de todos los gobiernos, y se le llama república. Estas diferencias de denominación son muy exactas. Una virtud superior puede ser patrimonio de un individuo o de una minoría; pero a una mayoría no puede designársela por ninguna virtud especial, si se exceptúa la virtud guerrera, la cual se manifiesta principalmente en las masas; como lo prueba el que, en el gobierno de la mayoría, la parte más poderosa del Estado es la guerrera; y todos los que tienen armas son en él ciudadanos. 

Las desviaciones de estos gobiernos son: la tiranía, que lo es del reinado; la oligarquía, que lo es de la aristocracia; la demagogia, que lo es de la república. La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. Ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general. 

Es indispensable que nos detengamos algunos instantes a notar la naturaleza propia de cada uno de estos tres gobiernos; porque la materia ofrece dificultades. Cuando observamos las cosas filosóficamente, y no queremos limitarnos tan sólo al hecho práctico, se debe, cualquiera que sea el método que por otra parte se adopte, no omitir ningún detalle ni despreciar ningún pormenor, sino mostrarlos todos en su verdadera luz. 

La tiranía, como acabo de decir, es el gobierno de uno sólo, que reina como señor sobre la asociación política; la oligarquía es el predominio político de los ricos; y la demagogia, por el contrario, el predominio de los pobres con exclusión de los ricos. Veamos una objeción que se hace a esta última definición. Si la mayoría, dueña del Estado, se compone de ricos, y el gobierno es de la mayoría, se llama demagogia; y, recíprocamente, si da la casualidad de que los pobres, estando en minoría relativamente a los ricos, sean, sin embargo, dueños del Estado, a causa de la superioridad de sus fuerzas, debiendo el gobierno de la minoría llamarse oligarquía, las definiciones que acabamos de dar son inexactas. No se resuelve esta dificultad mezclando las ideas de riqueza y minoría, y las de miseria y mayoría, reservando el nombre de oligarquía para el gobierno en que los ricos, que están en minoría, ocupen los empleos, y el de la demagogia para el Estado en que los pobres, que están en mayoría, son los señores. Porque, ¿cómo clasificar las dos formas de constitución que acabamos de suponer: una en que los ricos forman la mayoría; otra en que los pobres forman la minoría; siendo unos y otros soberanos del Estado, a no ser que hayamos dejado de comprender en nuestra enumeración alguna otra forma política? Pero la razón nos dice sobradamente que la dominación de la minoría y de la mayoría son cosas completamente accidentales, ésta en las oligarquías, aquélla en las democracias; porque los ricos constituyen en todas partes la minoría, como los pobres constituyen dondequiera la mayoría. Y así, las diferencias indicadas más arriba no existen verdaderamente. Lo que distingue esencialmente la democracia de la oligarquía es la pobreza y la riqueza; y dondequiera que el poder está en manos de los ricos, sean mayoría o minoría, es una oligarquía; y dondequiera que esté en las de los pobres, es una demagogia. Pero no es menos cierto, repito, que generalmente los ricos están en minoría y los pobres en mayoría; la riqueza pertenece a pocos, pero la libertad a todos. Estas son las causas de las disensiones políticas entre ricos y pobres. 

Veamos ante todo cuáles son los límites que se asignan a la oligarquía y a la demagogia, y lo que se llama derecho en una y en otra. Ambas partes reivindican un cierto derecho, que es muy verdadero. Pero de hecho su justicia no pasa de cierto punto, y no es el derecho absoluto el que establecen ni los unos ni los otros. Así, la igualdad parece de derecho común, y sin duda lo es, no para todos, sin embargo, sino sólo entre iguales; y lo mismo sucede con la desigualdad; es ciertamente un derecho, pero no respecto de todos, sino de individuos que son desiguales entre sí. Si se hace abstracción de los individuos, se corre el peligro de formar un juicio erróneo. Lo que sucede en esto es que los jueces son jueces y partes, y ordinariamente es uno mal juez en causa propia. El derecho limitado a algunos, pudiendo aplicarse lo mismo a las cosas que a las personas, como dije en la Moral, se concede sin dificultad cuando se trata de la igualdad misma de la cosa, pero no así cuando se trata de las personas a quienes pertenece esta igualdad; y esto, lo repito, nace de que se juzga muy mal cuando está uno interesado en el asunto. Porque unos y otros son expresión de cierta parte del derecho, ya creen que lo son del derecho absoluto: de un lado, superiores unos en un punto, en riqueza, por ejemplo, se creen superiores en todo; de otro, iguales otros en un punto, de libertad, por ejemplo, se creen absolutamente iguales. Por ambos lados se olvida lo capital. 

Si la asociación política sólo estuviera formada en vista de la riqueza, la participación de los asociados en el Estado estaría en proporción directa de sus propiedades, y los partidarios de la oligarquía tendrían entonces plenísima razón; porque no sería equitativo que el asociado que de cien minas sólo ha puesto una tuviese la misma parte que el que hubiere suministrado el resto, ya se aplique esto a la primera entrega, ya a las adquisiciones sucesivas. Pero la asociación política tiene por fin, no sólo la existencia material de todos los asociados, sino también su felicidad y su virtud; de otra manera podría establecerse entre esclavos o entre otros seres que no fueran hombres, los cuales no forman asociación por ser incapaces de felicidad y de libre albedrío. La asociación política no tiene tampoco por único objeto la alianza ofensiva y defensiva entre los individuos, ni sus relaciones mutuas, ni los servicios que pueden recíprocamente hacerse; porque entonces los etruscos y los cartagineses, y todos los pueblos unidos mediante tratados de comercio, deberían ser considerados como ciudadanos de un solo y mismo Estado, merced a sus convenios sobre las importaciones, sobre la seguridad individual, sobre los casos de una guerra común; aunque cada uno de ellos tiene, no un magistrado común para todas estas relaciones, sino magistrados separados, perfectamente indiferentes en punto a la moralidad de sus aliados respectivos, por injustos y por perversos que puedan ser los comprendidos en estos tratados, y atentos sólo a precaver recíprocamente todo daño. Pero como la virtud y la corrupción política son las cosas que principalmente tienen en cuenta los que sólo quieren buenas leyes, es claro que la virtud debe ser el primer cuidado de un Estado que merezca verdaderamente este título, y que no lo sea solamente en el nombre. De otra manera, la asociación política vendría a ser a modo de una alianza militar entre pueblos lejanos, distinguiéndose apenas de ella por la unidad de lugar; y la ley entonces sería una mera convención; y no sería, como ha dicho el sofista Licofrón, «otra cosa que una garantía de los derechos individuales, sin poder alguno sobre la moralidad y la justicia personales de los ciudadanos». La prueba de esto es bien sencilla. Reúnanse con el pensamiento localidades diversas y enciérrense dentro de una sola muralla a Megara y Corinto; ciertamente que no por esto se habrá formado con tan vasto recinto una ciudad única, aun suponiendo que todos los en ella encerrados hayan contraído entre sí matrimonio, vínculo que se considera como el más esencial de la asociación civil. O si no, supóngase cierto número de hombres que viven aislados los unos de los otros, pero no tanto, sin embargo, que no puedan estar en comunicación; supóngase que tienen leyes comunes sobre la justicia mutua que deben observar en las relaciones mercantiles, pues que son, unos carpinteros, otros labradores, zapateros, etc., hasta el número de diez mil, por ejemplo; pues bien, si sus relaciones se limitan a los cambios diarios y a la alianza en caso de guerra, esto no constituirá todavía una ciudad. ¿Y por qué? En verdad no podrá decirse que en este caso los lazos de la sociedad no sean bien fuertes. Lo que sucede es que cuando una asociación es tal que cada uno sólo ve el Estado en su propia casa, y la unión es sólo una simple liga contra la violencia, no hay ciudad, si se mira de cerca; las relaciones de la unión no son en este caso más que las que hay entre individuos aislados. Luego, evidentemente, la ciudad no consiste en la comunidad del domicilio, ni en la garantía de los derechos individuales, ni en las relaciones mercantiles y de cambio; estas condiciones preliminares son indispensables para que la ciudad exista; pero aun suponiéndolas reunidas, la ciudad no existe todavía. La ciudad es la asociación del bienestar y de la virtud, para bien de las familias y de las diversas clases de habitantes, para alcanzar una existencia completa que se baste a sí misma. 

Sin embargo, no podría alcanzarse este resultado sin la comunidad de domicilio y sin el auxilio de los matrimonios; y esto es lo que ha dado lugar en los Estados a las alianzas de familia, a las fratrias, a los sacrificios públicos y a las fiestas en que se reúnen los ciudadanos. La fuente de todas estas instituciones es la benevolencia, sentimiento que arrastra al hombre a preferir la vida común; y siendo el fin del Estado el bienestar de los ciudadanos, todas estas instituciones no tienden sino a afianzarle. El Estado no es más que una asociación en la que las familias reunidas por barrios deben encontrar todo el desenvolvimiento y todas las comodidades de la existencia; es decir, una vida virtuosa y feliz. Y así la asociación política tiene, ciertamente, por fin la virtud y la felicidad de los individuos, y no sólo la vida común. Los que contribuyen con más a este fondo general de la asociación tienen en el Estado una parte mayor que los que, iguales o superiores por la libertad o por el nacimiento, tienen, sin embargo, menos virtud política; y mayor también que la que corresponda a aquellos que, superándoles por la riqueza, son inferiores a ellos, sin embargo, en mérito. 

Puedo concluir de todo lo dicho que, evidentemente, al formular los ricos y los pobres opiniones tan opuestas sobre el poder, no han encontrado ni unos ni otros más que una parte de la verdad y de la justicia. 

Capítulo XI
Conclusión de la teoría del reinado 

La materia nos conduce ahora a tratar del reinado en que el monarca puede hacer todo lo que le plazca, y que vamos a estudiar aquí. Ninguno de los reinados que se llaman legales constituye, repito, una especie particular de gobierno, puesto que se puede establecer dondequiera un generalato inamovible, en la democracia lo mismo que en la aristocracia. Muchas veces el gobierno militar está confiado a un solo individuo, y hay una magistratura de este género en Epidamno y en Opunto, donde, sin embargo, los poderes del jefe supremo son menos extensos. En cuanto a lo que se llama reinado absoluto, es decir, aquel en que un solo hombre reina soberanamente como bien le parece, muchos sostienen que la naturaleza misma de las cosas rechaza este poder de uno sólo sobre todos los ciudadanos, puesto que el Estado no es más que una asociación de seres iguales, y que entre seres naturales iguales las prerrogativas y los derechos deben ser necesariamente idénticos. Si es en el orden físico perjudicial dar alimento igual y vestidos iguales a hombres de constitución y estatura diferentes, la analogía no es menos patente cuando se trata de los derechos políticos; y, a la inversa, la desigualdad entre iguales no es menos irracional. 

Es, por tanto, justo que la participación en el poder y en la obediencia sea para todos perfectamente igual y alternativa; porque esto es, precisamente, lo que procura hacer la ley, y la ley es la constitución. Es preciso preferir la soberanía de la ley a la de uno de los ciudadanos; y por este mismo principio, si el poder debe ponerse en manos de muchos, sólo se les debe hacer guardianes y servidores de la ley; porque si la existencia de las magistraturas es cosa indispensable, es una injusticia patente dar una magistratura suprema a un solo hombre, con exclusión de todos los que valen tanto como él. 

A pesar de lo que se ha dicho, allí donde la ley es impotente, un individuo no podrá nunca más que ella; una ley que ha sabido enseñar convenientemente a los magistrados puede muy bien dejar a su buen sentido y a su justificación el arreglar y juzgar todos los casos en que ella guarda silencio. Más aún; les concede el derecho de corregir todos los defectos que tenga, cuando la experiencia ha hecho ver que admite una mejora posible. Por tanto, cuando se reclama la soberanía de la ley se pide que la razón reine a la par que las leyes; pero pedir la soberanía para un rey es hacer soberanos al hombre y a la bestia; porque los atractivos del instinto y las pasiones del corazón corrompen a los hombres cuando están en el poder, hasta a los mejores; la ley, por el contrario, es la inteligencia sin las ciegas pasiones. El ejemplo tomado más arriba de las ciencias no parece concluyente; es peligroso atenerse en medicina a los preceptos escritos, y vale más confiar en los hombres prácticos. El médico nunca se verá arrastrado por la amistad a prescribir un tratamiento irracional; a lo más, tendrá en cuenta los honorarios que le ha de valer la curación. En política, por lo contrario, la corrupción y el favor ejercen muy poderosamente un funesto influjo. Sólo cuando se sospecha que el médico se ha dejado ganar por los enemigos para atentar a la vida del enfermo, se acude a los preceptos escritos. Más aún, el médico enfermo llama para curarse a otros médicos, y el gimnasta muestra su fuerza en presencia de otros gimnasias; creyendo unos y otros que juzgarían mal si fuesen jueces en causa propia, por no poder ser desinteresados. Luego, evidentemente, cuando sólo se aspira a obtener la justicia es preciso optar por un término medio, y este término medio es la ley. Por otra parte, hay leyes fundadas en las costumbres que son mucho más poderosas e importantes que las leyes escritas; y, si es posible que se encuentren en la voluntad de un monarca más garantías que en la ley escrita, seguramente se encontrarán menos que en estas leyes, cuya fuerza descansa por completo en las costumbres. Pero un solo hombre no puede verlo todo con sus propios ojos; será preciso que delegue su poder en numerosos funcionarios inferiores, y entonces, ¿no es más conveniente establecer esta repartición del poder desde el principio que dejarlo a la voluntad de un solo individuo? Además, queda siempre en pie la objeción que precedentemente hemos hecho: si el hombre virtuoso merece el poder a causa de su superioridad, dos hombres virtuosos lo merecerán más aún. Así dice el poeta:
«Dos bravos compañeros, cuando marchan juntos...»,
súplica que hace Agamenón cuando pide al cielo
«Tener diez consejeros sabios como Néstor.»

Pero hoy, se dirá, en algunos Estados hay magistrados encargados de fallar soberanamente, como lo hace el juez, en los casos que la ley no puede prever, prueba de que no se cree que la ley sea el soberano y el juez más perfecto, por más que se reconozca su omnipotencia en los puntos que ella decide; pero precisamente por lo mismo que la ley sólo puede abrazar ciertas cosas dejando fuera otras, se duda de su excelencia y se pregunta si, en igualdad de circunstancias, no es preferible sustituir su soberanía con la de un individuo, puesto que disponer legislativamente sobre asuntos que exigen deliberación especial es una cosa completamente imposible. No se niega que en tales casos sea preciso someterse al juicio de los hombres: lo que se niega únicamente es que deba preferirse un solo individuo a muchos, porque cada uno de los magistrados, aunque sea aislado, puede, guiado por la ley que ha estudiado, juzgar muy equitativamente. Pero podría parecer absurdo el sostener que un hombre que para formar juicio sólo tiene dos ojos y dos oídos, y para obrar dos pies y dos manos, pueda hacerlo mejor que una reunión de individuos con órganos mucho más numerosos. En el estado actual, los monarcas mismos se ven precisados a multiplicar sus ojos, sus oídos, sus manos y sus pies, repartiendo la autoridad con los amigos del poder y con sus amigos personales. Si estos agentes no son amigos del monarca no obrarán conforme a las intenciones de éste; y si son sus amigos, obrarán, por el contrario, en bien de su interés y del de su autoridad. Ahora bien, la amistad supone necesariamente semejanza, igualdad; y el rey, al permitir que sus amigos compartan su poder, viene a admitir al mismo tiempo que el poder debe ser igual entre iguales. 

Tales son, sobre poco más o menos, las objeciones que se hacen al reinado. 

Unas son perfectamente fundadas, mientras que otras lo son quizá menos. El poder del señor, así como el reinado o cualquier otro poder político justo y útil, es conforme con la naturaleza, mientras que no lo es la tiranía, y todas las formas corruptas de gobierno son igualmente contrarias a las leyes naturales. Lo que hemos dicho prueba que, entre individuos iguales y semejantes, el poder absoluto de un solo hombre no es útil ni justo, siendo del todo indiferente que este hombre sea, por otra parte, como la ley viva en medio de la carencia de leyes o en presencia de ellas, o que mande a súbditos tan virtuosos o tan depravados como él, o, en fin, que sea completamente superior a ellos por su mérito. Sólo exceptúo un caso que voy a decir, y que ya he indicado antes. 

Fijemos ante todo lo que significan para un pueblo los epítetos de monárquico, aristocrático y republicano. Un pueblo monárquico es aquel que naturalmente puede soportar la autoridad de una familia dotada de todas las virtudes superiores que exige la dominación política. Un pueblo aristocrático es aquel que, teniendo las cualidades necesarias para tener la constitución política que conviene a hombres libres, puede naturalmente soportar la autoridad de ciertos jefes llamados por su mérito a gobernar. Un pueblo republicano es aquel en que por naturaleza todo el mundo es guerrero, y sabe igualmente obedecer y mandar a la sombra de una ley que asegura a la clase pobre la parte de poder que debe corresponderle. 

Así, pues, cuando toda una raza, o aunque sea un individuo cualquiera, sobresale mostrando una virtud de tal manera superior que sobrepuje a la virtud de todos los demás ciudadanos juntos, entonces es justo que esta raza sea elevada al reinado, al supremo poder, y que este individuo sea proclamado rey. Esto, repito, es justo, no sólo porque así lo reconozcan los fundadores de las constituciones aristocráticas, oligárquicas y también democráticas, que unánimemente han admitido los derechos de la superioridad, aunque estén en desacuerdo acerca de la naturaleza de esta superioridad, sino también por las razones que hemos expuesto anteriormente. No es equitativo matar o proscribir mediante el ostracismo a un personaje semejante, ni tampoco someterlo al nivel común, porque la parte no debe sobreponerse al todo, y el todo, en este caso, es precisamente esta virtud tan superior a todas las demás. No queda otra cosa que hacer que obedecer a este hombre y reconocer en él un poder, no alternativo, sino perpetuo. 

Pongamos aquí fin al estudio del reinado, después de haber expuesto sus diversas especies, sus ventajas y sus peligros, según los pueblos a que se aplica, y después de haber estudiado las formas que reviste.

Capítulo XII
Del gobierno perfecto o de la aristocracia 

De las tres constituciones que hemos reconocido como buenas, la mejor debe ser necesariamente la que tenga mejores jefes. Tal es el Estado en que se encuentra por fortuna una gran superioridad de virtud, ya pertenezca a un solo individuo con exclusión de los demás, ya a una raza entera, ya a la multitud, y en el que los unos sepan obedecer tan bien como los otros mandar, movidos siempre por un fin noble. Se ha demostrado precedentemente que en el gobierno perfecto la virtud privada era idéntica a la virtud política; siendo no menos evidente que con los mismos medios y las mismas virtudes que constituyen al hombre de bien se puede constituir igualmente un Estado, aristocrático o monárquico; de donde se sigue que la educación y las costumbres que forman al hombre virtuoso son sobre poco más o menos las mismas que forman al ciudadano de una república o al jefe de un reinado. 


Sentado esto, veamos de tratar de la república perfecta, de su naturaleza, y de los medios de establecerla. Cuando se la quiere estudiar con todo el cuidado que merece, es preciso...

martes, 23 de agosto de 2016

Colombia: Capitalismo gangsteril y despojo territorial

“La tierra sin hombres de los hombres sin tierra”.
Augusto Roa Bastos

Acumulación por desposesión es un término que se utiliza para estudiar la mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión violenta de habitantes del campo, junto con la transformación de los derechos comunes en derechos privados. A esto se le agrega el análisis de los métodos imperialistas para apropiarse de los recursos naturales y energéticos, en consonancia con el papel del capital financiero como instrumento de endeudamiento de la población, urbana y rural, y como soporte “legal” de la expulsión de campesinos e indígenas, reducidos a la servidumbre por deudas.
Colombia es un inmenso laboratorio de la acumulación por desposesión porque se presentan, a vasta escala y con un increíble nivel de violencia, las características antes enunciadas. En síntesis, “lo que posibilita la acumulación por desposesión es la liberación de un conjunto de activos (incluida la fuerza de trabajo) a un coste muy bajo (y en algunos casos nulo)”[1]. El elemento esencial es el despojo como forma violenta que vincula las actividades económicas y la apropiación de tierras. En este sentido, los asesinatos, las masacres, las torturas, el desplazamiento forzado son vehículos de la concentración de tierras, llevados a cabo por “empresarios” que impulsan la acumulación de capital en el campo, gran parte de la cual proviene del robo de la tierra y de la riqueza de los campesinos.

Despojo de tierras
La concentración de tierras en manos de pocos terratenientes ha sido una característica distintiva de la historia de Colombia desde el mismo momento de su separación de España. En este país nunca se realizó una reforma agraria y siempre los latifundistas han tenido un papel protagónico en la escena política y en la vida económica y social. Esto se expresa con indicadores elementales de concentración de la propiedad de la tierra: en el país hay 114 millones de hectáreas, de las cuales 51.3 millones se consideran como superficie agropecuaria, de cuyo total 36 millones están dedicados a la ganadería extensiva, expresión tradicional del poder de ganaderos, terratenientes y narcotraficantes; 10 millones de hectáreas son aptas para la agricultura, y de ellas la mitad se dedica a actividades agroindustriales y en el resto, laderas y zonas bajas tropicales, subsisten millones de campesinos y colonos, de los cuales sólo tiene título de propiedad el 15 por ciento; un 0,43% de los propietarios (grande latifundistas) es dueño del 62,91% del Área Predial Rural, al tiempo que el 57.87% de los propietarios (minifundistas y pequeños propietarios), tiene un ridículo 1.66% de la tierra; el 53% del total de la tierra registrada se concentra en manos de sólo tres mil grandes propietarios rurales; el índice GINI en cuanto propiedad rural ascendió en 2009 a 0.863, uno de los más altos del mundo, sólo superado en América Latina por Paraguay, un país más pequeño; entre el 76 y el 79% de las personas desplazadas tenía derechos asociados a la tierra, bien como propietarios, ocupantes de hecho, poseedores o tenedores; en el último cuarto de siglo se le han usurpado por medio de la violencia unos 7 millones de hectáreas a sus legítimos propietarios o poseedores [2].
De acuerdo a estas cifras, Colombia es uno de los países más injustos y desiguales del planeta, lo cual explica el permanente conflicto agrario de los últimos 60 años, como continuación de las luchas que libraron los colonos, indígenas y campesinos desde comienzos del siglo XIX. En ese sentido, la brutal expropiación de tierras del último cuarto de siglo refuerza un proceso estructural, aunque ahora ese despojo se esté llevando a cabo con unos niveles de violencia y de terror difíciles de concebir en otros lugares del mundo. Este proceso puede definirse como una revancha terrateniente (ahora nutrida con la savia criminal de la alianza que se gestó desde el Estado, entre el Estado, las clases dominantes, el paramilitarismo, el narcotráfico y las multinacionales) cuya finalidad ha sido arrebatar las tierras a los campesinos pobres y destruir a los movimientos sociales de tipo agrario que se les pudieran oponer.
Esto se encuentra ligado con los intereses del capitalismo contemporáneo, porque como lo señaló un campesino que logró escapar de esa barbarie: “En los Hornos crematorios, los criaderos de caimanes y las fosas desaparecieron a muchas víctimas de la contra-reforma agraria en Colombia” [3] Por si hubiera dudas, 4.000 paramilitares confesaron que habían cometido 156.000 asesinatos y participaron en 860 masacres y la Fiscalía General de la Nación informó que entre 2005 y 2010 fueron asesinadas por paramilitares 173.000 personas.
El cambio en el uso de la tierra en Colombia ha sido tan evidente en los últimos 20 años que en donde antes habían parcelas campesinas, llenas de vida, sembradas de maíz y de cultivos de pan coger, con unas cuantas gallinas y cerdos, hoy pasan carreteras y se han sembrado cultivos de exportación, o se han convertido en tierras de ganadería. La expropiación de las tierras de los campesinos tiene varias finalidades, como se describe a continuación.

Tierras para ganadería
Los terratenientes colombianos tienen una especial debilidad por las vacas y los caballos, y por eso poseen grandes latifundios donde pastan miles de cabezas de ganado y caballos de paso fino. La ganaderización del campo colombiano es uno de los rasgos distintivos de este país desde el siglo XIX, cuando los terratenientes introdujeron el alambre de púas y la siembra de pastos, mientras expulsaban a los colonos de las tierras, les arrebataban los títulos y los convertían en peones y agregados de las haciendas. Hasta tal punto domina la lógica ganadera que en las ferias y fiestas que se celebran todos los años se exhiben los “grandes avances” de la ganadería, con exposiciones equinas, corridas de toros, certámenes de coleo o carralejas, para agasajar a los gamonales y terratenientes de un pueblo o una región. Un solo dato es indicativo del poder de los ganaderos en la sociedad colombiana: ocupan 36 millones de hectáreas para un hato ganadero de 19 millones de vacas, es decir, que cada vaca ocupa en promedio casi dos hectáreas del suelo, mientras que millones de campesinos no tienen ni un pedazo de tierra a donde caer muertos. En tales condiciones, uno de los móviles centrales del despojo de tierra busca convertirlas en grandes pastizales, para “sembrar” vacas, caballos y en algunos casos, como en ciertas regiones de Antioquia, hasta búfalos.

Tierras para sembrar cultivos de exportación
Las clases dominantes en Colombia, con una histórica vocación de terratenientes, han visto con muy buenos ojos el proyecto que impulsan los países imperialistas y sus empresas transnacionales de sembrar cultivos de exportación. La puesta en marcha de ese proyecto se sustenta en la expropiación de tierras en varias regiones del país, que se destinan a sembrar productos como la palma aceitera. Ningún cultivo como éste simboliza los nexos entre violencia, despojo, apropiación de tierras y paramilitarismo, como se evidencia en todas las regiones donde se ha implantado.
La propuesta de convertir a Colombia en un país palmicultor cobró fuerza durante el régimen criminal de Álvaro Uribe Vélez, quien estableció como una de sus prioridades incrementar la cantidad de tierras dedicadas a la siembra de palma. Y en efecto, durante el período 2003-2009 el cultivo de palma aceitera pasó de 206.801 a 360.537 hectáreas, con la pretensión de alcanzar pronto seis millones de hectáreas, como expresión del deseo de convertir a Colombia en la “Arabia Saudita del biodiesel”. Tan drástico incremento se logró en antiguas tierras de campesinos, apropiadas por “prósperos para empresarios”. que ahora las destinan a sembrar la palma de la muerte, como la llaman los campesinos desalojados.
Entre los sectores sociales más afectados por estos empresarios del crimen, dedicados a negocios legales, se encuentran los habitantes afrodescendientes de la costa pacífica colombiana, que han sido expulsados de sus tierras, a punta de fuego y motosierra, como ha sucedido con los habitantes de las comunidades de Curvaradó y Jiguamiandó en el departamento de Chocó, cuyos terrenos fueron ocupados por paramilitares en alianza con miembros de la Armada en 1997. Luego del despojo aparecieron empresarios de la Palma que empezaron a sembrarla en esos territorios, contando con el respaldo y el apoyo de la Brigada XVII del Ejercito Nacional que actúa en favor de los empresarios y apoya la expansión de los cultivos. Fueron limpiadas las tierras, derribado parte del bosque nativo, y contaminadas las aguas. Las comunidades campesinas no sólo fueron desalojadas sino que, después de implantarse el cultivo, empezaron a ser asesinados sus lideres cuando intentaban reorganizar a las comunidades, contabilizándose cientos de asesinados [4].

Tierras donde se encuentran riquezas minerales
En las diversas regiones de Colombia donde existen riquezas minerales se ha organizado la expulsión de indígenas y campesinos, como ha sucedido en la Costa Atlántica con la explotación del carbón. En la Jagua de Ibirico, departamento de César, desde mediados de la década de 1990 sicarios a sueldo realizaron numerosas masacres con la finalidad de limpiar la tierra de sus incómodos ocupantes, para apropiarse de las mismas y cederlas a empresas multinacionales, como la Drumond, con la complicidad de notarios del INCODER y otros funcionarios y abogados que llegaron al descaro de hacer firmar escrituras a los muertos para legalizar el robo de tierras. Los campesinos que lograron sobrevivir se vieron obligados a huir, dejaron todo abandonado y, en medio de la miseria, subsisten como vendedores informales y viven en pocilgas miserables en pueblos y ciudades de la costa [5].
Este es sólo un ejemplo, porque en todo el país se están realizando apropiaciones de tierra para realizar explotaciones mineras, si se tiene en cuenta que el Estado les concede facilidades a empresas de capital transnacional para que se lleven los recursos naturales, en lo cual se incluye legalizar las concesiones mineras mediante la entrega de miles de hectáreas para que operen las compañías de Canadá, Sudáfrica, la Unión Europea y otros países. Esto se evidencia con la expedición de títulos mineros, los que pasaron de 80 en el 2000 a 5067 en el 2008, con un total de casi 3 millones de hectáreas concedidas para extracción minera.

Tierras para construir represas
El monopolio de la tierra no puede existir si al mismo tiempo no se monopoliza el agua, porque la tierra sin agua es un desierto. Esto lo tienen claro los terratenientes y ganaderos, así como el Estado que les sirve. Por esta circunstancia, la expansión de los latifundios viene acompañada de la expropiación de las tierras circundantes a los lugares donde se encuentran fuentes de agua y la apropiación privada de ríos, quebradas, ciénagas, humedales y lagunas para beneficio exclusivo de los terratenientes y ganaderos. Gran parte de las represas que se han construido en Colombia en las últimas décadas tienen esta finalidad.
Al respecto vale mencionar a la Represa de Urra I, obra que se construyó entre 1993-1999, y que contó con la lucida oposición de la comunidad indígena de los Embera-Katios, ancestrales habitantes del lugar, desplazados a sangre y fuego por grupos de paramilitares, organizados por terratenientes y ganaderos y respaldados por el Estado y los políticos regionales. La construcción de esta represa es ilustrativa de la destrucción de los bienes colectivos y su conversión en bienes privados, porque unos 70.000 indígenas, campesinos y pescadores fueron directamente impactados por el proyecto Urra I. Al mismo tiempo, se destruyó la pesca artesanal, porque disminuyeron o desaparecieron especies de peces de la cuenca del río, como el caso del bocachico, fuente alimenticia de primer orden en la dieta de los embera Katio y los pescadores locales. Esto último se debió a la desecación de los humedales del alto Sinú, ocasionada por la disminución de los flujos naturales del río, luego de que fuera construida la represa.
Junto con el exterminio del bocachico se han secado humedales y ciénagas, que entre otras cosas es lo que le interesa a los terratenientes para expandir sus fincas ganaderas. Lo que antes eran corrientes de agua llenas de vida, ahora son fuentes contaminadas y muertas, como sucede siempre con las grandes represas, que finalmente son aguas estancadas en las que pululan los mosquitos, que generan epidemias que antes no conocían los indígenas y campesinos [6].
Las hidroeléctricas que se han construido en Córdoba no son una cuestión de energía ni de aguas, sino de tierras ganaderas, las mismas que pertenecen a unos cuantos latifundistas que se van expandiendo a costa de los pequeños campesinos e indígenas y que utilizan todos los medios para quedarse hasta con las tierras de los humedales, los cuales son secados con Búfalos. En estas ricas tierras se han enfrentado desde el siglo XIX los hacendados y los campesinos que cultivan maíz, yuca y malanga y son pescadores, es decir, forman parte de lo que Orlando Fals Borda llamó una cultura anfibia.

Tierras que se entregan a las multinacionales
La tierra ha adquirido una renovada importancia para las potencias capitalistas, en la perspectiva de convertirla en medio de producción que genere agrocombustibles y para apropiarse de las riquezas naturales que en ellas se encuentren. En ese sentido, los países imperialistas libran una guerra no declarada por apropiarse de los recursos, cuyo escenario bélico se despliega en el mundo periférico y dependiente. Colombia, uno de los primeros países del mundo en biodiversidad, no está al margen de esa guerra y por ello en los últimos tiempos se ha presentado una ofensiva de las empresas transnacionales y de sus respectivos estados por adueñarse de importantes reservas de tierras, sobre todo aquellas en que existan recursos minerales. Esto se facilita porque el Estado y las clases dominantes del país han optado por regalarle al capital imperialista nuestras riquezas, a cambio de que siga fluyendo el caudal de dólares y euros para mantener la guerra interna. Un caso particularmente destacado de entrega de tierras a las multinacionales está relacionado con la explotación de recursos minerales en diversas regiones del territorio colombiano. A manera de ejemplo, valga mencionar el caso de la extracción de oro por parte de empresas canadienses y sudafricanas en lugares como Cajamarca (Tolima), San Turbán (Santander), Marmato (Antioquia), entre muchos casos.
En Marmato, una tradicional zona minera desde hace varios siglos, la compañía canadiense Medoro Resources anunció a finales del 2010 que va a realizar un proyecto de minería a cielo abierto que cubre un área de 200 hectáreas e incluye el casco urbano de esa población. Para llevar a cabo este proyecto, la compañía anunció que en los próximos años va a extraer unos 10 millones de onzas de oro. Para hacerlo requiere la remoción de 300 mil toneladas de tierra al año y reasentar el pueblo en otro lugar, el que se anuncia como un sitio paradisiaco, según la propaganda oficial de la empresa, acogida desde luego por la gran prensa y por los políticos de Antioquia y de Caldas. Decir que ese es un reasentamiento es un abuso de lenguaje, porque en verdad se está hablando del desplazamiento forzado de todos los habitantes de un pueblo, que durante varios siglos se han dedicado a la pequeña minería, por obra y gracia de la minería transnacional [7].
En las tierras que se ceden a las multinacionales se incluyen los recursos naturales, la biodiversidad y sobre todo el agua, tan necesaria para la explotación minera y cuyas fuentes quedan contaminadas por el arsénico que se vierte diariamente sobre ríos y quebradas. La contaminación y desaparición de la biodiversidad cierran un proceso de despojo, en el que previamente los grupos privados de asesinos, en alianza con las Fuerzas Armadas del estado, han desplazado a los campesinos y habitantes pobres de las regiones donde se explotan minerales. Se calcula que como resultado de la extracción de recursos minerales, en Colombia habían sido desplazadas en los últimos años, hasta agosto de 2008, unas 600 mil personas. Nada sorprendente si se sabe, por ejemplo, que la transnacional Kedahda (filial de la Surafricana Anglo Gold Ashanti) ha solicitado que le otorguen concesiones en 336 municipios del país, en zonas en las que es notoria la presencia de paramilitares.

La legalización del despojo
Luego de perpetrado el robo de tierras se trata de asegurar su posesión por parte de los usurpadores. Para lograrlo el Estado juega un papel de primer orden ya que entran a operar los mecanismos “legales”, donde abogados, jueces, notarios, alcaldes, gobernadores, parlamentarios, ministros y presidentes actúan en consonancia con el proyecto de legitimar y legalizar la expropiación de tierras. Todos estos funcionarios estatales adelantan la labor de limpiar la cara de los criminales y de presentarlos como honestos empresarios que, al despojar a los campesinos, actúan como portavoces de la patria y se comportan como excelsos defensores de la sagrada propiedad privada. Siempre se trata de mostrar ante la opinión pública que no existió el saqueo y que los pequeños propietarios no son productivos sino, más bien, son un estorbo que conspiran contra los grandes propietarios que, según el estribillo de moda, son los que generan empleo y prosperidad.
En Colombia el despojo de tierras se ha legalizado desde el Estado central con un sinnúmero de leyes. Valga mencionar algunas. La ley 791 de 2002 reduce a la mitad el tiempo estipulado para la prescripción ordinaria y extraordinaria, con lo cual se acorta el plazo requerido para alcanzar la legalización de un predio ante los estrados judiciales, argucia que como es obvio favorece a los usurpadores de tierras. La ley 1182 del 2008 instituye el “saneamiento de la falsa tradición”, una figura con la que se posibilita la legalización de predios de más de 20 hectáreas adquiridos de manera ilegal, siempre y cuando no se presente ante un juez alguna persona que alegue en contra de esa solicitud y con pruebas, algo difícil porque un desplazado o no está informado de las solicitudes de adjudicación sobre sus tierras y si está enterado poco puede hacer ante el chantaje violento que pende sobre su cabeza. La ley 1152, o Estatuto Rural, establece la validez de los títulos no originarios del estado registrados entre 1917 y 2007, con lo cual permite la solución de los litigios a favor de los grandes propietarios y quienes han robado tierras en los últimos 90 años. Esta misma ley prohíbe la ampliación de resguardos indígenas en la zona del Pacífico y en la cuenca del Atrato, un región de gran desplazamiento forzado, que deja a los indígenas desamparados legalmente para defender sus territorios.
Pero las leyes de legalización del despojo no sólo están referidas a las tierras, sino que incluyen el interés de legislar en términos de agua, paramos, bosques, parques naturales, recursos forestales para que todo aquello que sea propiedad pública o común se convierta en bienes privados al servicio de capitalistas, terratenientes y multinacionales.
Como si no fuera bastante con este rosario de leyes a favor del latifundio y los agentes del despojo rural, durante el gobierno de Juan Manuel Santos se ha impulsado la idea de la consolidación de la seguridad democrática, un eufemismo para decir que se va asegurar el robo y el despojo. Al respecto, en el 2010 fueron desplazadas 280.041 personas del campo, en 31 de los 32 departamentos del país y, lo más revelador, el 33 por ciento de los desplazados se origina en las zonas que el régimen uribista denominó Centros de Coordinación y Atención Integral (Ccai), “programas que tienen incidencia en 86 municipios en 17 departamentos, los cuales el ex presidente Uribe consideró prioritarios para recuperar la seguridad y avanzar en inversión social y empresarial”. Llamativo también que en un tercio de las tales zonas de consolidación hay explotaciones de minerales, especialmente del oro, como en Montelíbano (Córdoba), varios municipios del Bajo Cauca, en el Pacífico o en el Catatumbo. No por casualidad la región más crítica es el bajo cauca, donde “En las riberas de los ríos Cauca, Man, Nechí y Cacerí hay cerca de 2.000 retroexcavadoras y dragas que según cifras oficiales sacan 28 toneladas de oro al año. Con la fiebre minera llegaron las bandas criminales, las masacres, los asesinatos y las amenazas. En la región hay 89 asesinatos por cada 100.000 habitantes, la tasa más alta de Antioquia”.
En esas zonas de consolidación de latifundio agroindustrial se están sembrado miles de hectáreas con palma aceitera, tales como en San Onofre (Sucre), Tibú (Norte de Santander), Guapi y Tumaco (Nariño), en las faldas de la Sierra Nevada y en la Macarena (Meta).
En tales zonas de consolidación tampoco se ha erradicado el narcotráfico, pues en un 70 por ciento de ellas se cultiva hoja de coca, un hecho que además acelera el desplazamiento porque actúan los narcoparamilitares y porque las fumigaciones del ejército golpean a los campesinos y sus familias y les destruyen sus cultivos [8].
En rigor, la consolidación que se busca es la del gran capital agro-minero exportador en el cual sobresale la alianza entre latifundistas, narcotraficantes, exportadores y empresas multinacionales. Para hacerlo posible, el Plan Nacional de Desarrollo, en sus artículos 45, 46 y 47, modifica la ley 160 de 1994 que impedía que las tierras públicas (baldías) fueran transferidas a particulares que formaran latifundios. Ahora se permite que se adjudiquen esos baldíos de la nación a cualquier persona, nacional o extranjero, todo lo cual se justifica con el cuento de promover las grandes exportaciones agropecuarias, en las que se destila la demagogia que de esta forma se consolidará la alianza entre campesinos y grandes productores. Algo que es mucho más explicito con la mal llamada Ley de Tierras, un proyecto que favorece y fortalece a los capitalistas nacionales y extranjeros.

Los expropiados
Aunque las grandes empresas agroexportadoras y minerales necesiten trabajadores ya no requieren vastos contingentes de ellos, ni tampoco generan unas relaciones salariales clásicas, sino que impulsan formas de vinculación laborales propias del esclavismo o del feudalismo. El empleo que generan las minas o las plantaciones de palma o de caña de azúcar es muy escaso y el grado de explotación de los trabajadores es bestial, sin ningún tipo de derechos laborales, e incluso sin contratación directa puesto que predomina el trabajo terciarizado por medio de cooperativas, con el objetivo de esconder al patrón. Un ejemplo de esta forma de vinculación laboral de tipo salarial, degradada al máximo, es el de los corteros del Valle del Cauca, que en el 2008 realizaron una heroica huelga.
Estos trabajadores de rasgos cetrinos, muchos de ellos descendientes de esclavos africanos, soportan interminables jornadas de 12 o más horas, laborando bajo pleno sol, sin un salario fijo porque se les paga de acuerdo a la cantidad de caña que sean capaces de cortar, cuyo peso es controlado por las basculas que pertenecen o las empresas contratistas o a los ingenios. Su jornada de trabajo discurre los siete días de la semana, con un solo día de descanso al mes. No tienen derecho a enfermarse porque, aparte de que no cuentan con servicio médico pago por la empresa sino que lo deben asumir por su cuenta, deben enviar un sustituto cuando se enferman y si no lo hacen son despedidos. La jornada diaria de trabajo se inicia a las seis de la mañana y se prolonga hasta cuando comienza la noche. Todo el día cortan caña a punta de machete. Se les paga por el volumen de caña cortada, por lo que reciben un salario variable, a destajo. Los organizadores de las cooperativas asociadas les dicen que ellos son a la vez patrones y trabajadores, en razón de lo cual todo lo que utilizan o necesitan (machetes, guantes, zapatos, ropa y protectores de tobillo) deben ser comprados por ellos mismos, con sus magros ingresos. Tampoco tienen subsidio de transporte, un gasto importante en su reducido presupuesto ya que representa hasta la séptima parte de sus salarios, porque supuestamente no son empleados sino patrones. Entre otras cosas, esta extraña condición de figurar como patronos de sí mismos les impide en términos legales que hagan huelgas. No tienen derecho a vacaciones ni a pago de horas extras [9].
En el caso de la caña como en los otros sectores de este tipo de agronegocios, si los trabajadores se atreven a protestar, a organizarse, afiliarse a un sindicato o hacer huelga, inmediatamente son amenazados, perseguidos y asesinados sus líderes y activistas más beligerantes.

Liquidación de organizaciones y movimientos sociales
Otra característica de la acumulación por desposesión estriba en desarticular por todos los medios posibles, empezando por la violencia física directa, a todos aquellos sectores sociales de tipo popular que pudiesen oponerse al proyecto de consolidación del capitalismo agroindustrial de tipo exportador. En Colombia esto se expresa en el desangre que han sufrido las organizaciones sociales en los últimos 25 años por parte del Estado y de los grupos de sicarios que han sido organizados y financiados por diversas fracciones de las clases dominantes, en cabeza de las cuales sobresalen los ganaderos y latifundistas, en asocio con empresas multinacionales.
La violencia contemporánea que acompaña el despojo de la tierra y la naturaleza tiene un marcado carácter de clase. Se trata, en pocas palabras, de eliminar los incómodos obstáculos sociales que impidan la consolidación del modelo agroexportador, lo cual sigue en términos generales un mismo modus operandi: primero se limpia la tierra mediante el terror por parte de grupos de criminales contratados por el Estado y fracciones de las clases dominantes; luego, los políticos regionales diseñan la planeación estratégica para transformar esas regiones en lugares adecuados para la puesta en marcha de actividades económicas, que sólo pueden llevarse a cabo con la consolidación de los planes de pillaje, muerte y saqueo; en tercer lugar, ya con las tierras despejadas y con los planes empresariales se llama al capital extranjero para que invierta en el país, garantizándoles plena seguridad a las inversiones y brindándole, aparte de protección, todo tipo de gabelas, descuentos y regalos.
La implantación de cultivos como el banano, la palma aceitera, o de otros productos destinados a producir agrocombustibles (caña de azúcar) o la extracción de petróleo, minerales y oro viene acompañada de una dosis notable de violencia, como se evidencia con la gran cantidad de sindicalistas, dirigentes campesinos e indígenas que han sido asesinados. Las masacres, desplazamientos forzados, destrucción de sindicatos acompañan esta forma de acumulación de capital en Colombia en las últimas décadas. Eso no es algo excepcional o fortuito sino consustancial a este tipo de capitalismo gángsteril, como lo dice un estudioso de la explotación de palma: “El aceite o el biodiesel de Palma Africana tienen a la violencia como aditivo. En Indonesia, en África o en Colombia, la depredación ambiental, la represión a las comunidades indígenas y campesinas, y el antisindicalismo son algunas de las huellas de la identidad violenta del cultivo industrial de la Palma Africana” [10].
La implantación de la palma viene acompañada de la expulsión de los campesinos y por esa razón puede decirse que la palma aceitera Es el “NAPALM” del Plan Colombia: quemando la selva, quemando la gente y a todo derecho.” Y lo que queda después son “desiertos verdes, árboles en filas plantados como zanahorias, sin campesinos, con escasa mano de obra y la poca que genera mendiga por laberintos donde la esclavitud no encuentra salidas” [11]. Esta es la famosa Arabia Saudita del biodiesel que buscan los para empresarios y no están equivocados porque quieren transformar a este país en un desierto de palma, sin campesinos, regido por una monarquía oligárquica y corrupta como la de Arabia Saudita.
La palma es un negocio criminal de paramilitares y narcotraficantes, como se prueba con el hecho que 23 empresarios del sector en el 2003 invirtieron 34 millones de dólares. Esto fue posible mediante el desplazamiento de 5000 campesinos, la ocupación de 100 mil hectáreas que correspondían a territorios de comunidades afrodescendientes en el Choco. Esto fue respaldado por los sicarios privados, aliados con el ejército y burócratas del Ministerio de Agricultura, que concedieron generosos créditos y llamaron a la apropiación de la tierra para que “honestos empresarios hicieran patria” con su sacrificio y tesón. Como para que no quede duda esta operación, encaminada a impulsar el cultivo de palma, fue directamente comandada por los paramilitares Carlos y Vicente Castaño, que a su vez eran propietarios de Urapalma, una firma dedicada al negocio de producir y refinar aceite de palma. Uno de estos criminales, Vicente Castaño, recibió “2,8 millones de dólares de entidades como el Fondo para el Financiamiento del Sector Agropecuario y el Banco Agrario”, y otras tres firmas de paramilitares recibieron más de 6,8 millones de dólares [12].
Otro tanto sucede con el banano que se ha sembrado en Colombia para la exportación, producto que desde la masacre de 1928 ha estado ligado a la violencia del capital imperialista. Y esta no es una evocación histórica sino actual, porque se han comprobado los nexos entre los grupos de criminales que mataron a miles de campesinos y trabajadores bananeros en varias zonas del país, especialmente en el Urabá antioqueño, hasta el punto que la Chiquita Brands fue condenada en un tribunal de los Estados Unidos a pagar una multa de 25 millones de dólares por estos crímenes. Eso si, sus ejecutivos no sufrieron ninguna condena por patrocinar y financiar a los criminales que le hacían el favor de matar a sus incómodos trabajadores que se organizaban en sindicatos y querían mejorar sus condiciones de trabajo y de vida. Tal ha sido la impunidad criminal que se enseñoreo en la zona bananera de Urabá que bien puede catalogarse como un “modelo” de imposición de los cultivos empresariales en nuestro país, ya que allí confluyen todos los elementos que hemos descrito: despojo de tierras, expulsión de campesinos y trabajadores, asesinatos, masacres, financiamiento de empresas nacionales y multinacionales a los grupos criminales, alianzas entre sicarios y militares, participación y complicidad del Estado, eliminación física de la base social de la insurgencia y los movimientos de izquierda, legitimación por parte de la gran prensa y de los políticos locales de los crímenes cometidos a nombre de la salvación de la patria y de la imposición del orden y la seguridad, premio a los criminales donde quiera que se encuentren o se desempeñen, patrocinio de políticos regionales a nivel nacional, hasta que uno de ellos alcanzó la presidencia de la República.
Ese modelo bananero es el mismo que se está aplicando con la palma aceitera y en la explotación minera, como buen ejemplo de los costos sociales y humanos de la producción primaria exportadora que beneficia al capital imperialista y a sus socios criollos. En pocas palabras, en el Urabá antioqueño se demostró que este país es una típica república bananera, aunque mejor sería llamarla una Para República Bananera.

Notas
[1] David Harvey, El nuevo imperialismo, Editorial Akal, Madrid, 2005, p. 119.
[2] Ver, PNUD, Colombia, Colombia rural. Razones para la esperanza. Resumen Ejecutivo, Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011, Bogotá, septiembre de 2011; Luis Fernando Gómez Marin, Concentración de la tierra y concentración de ayudas del Estado, en luisfernandogomezz.blogspot.com/.../la-desigualdad-en-la-propiedad ; Darío Fajardo, Reforma agraria y paz… o minería, en www.espaciocritico.com/?q=node/72
[3] Citado en Azalea Robles, “La Ley de Tierras de Santos. De las fosas comunes a la consolidación del gran capital”, Rebelión, octubre 18 del 2010.
[4] El primer capítulo de la ‘paraeconomía’, en www.espaciocritico.com/?q=node/72
[5] Carbón y sangre en las tierras de Jorge 40. enwww.prensarural.org/spip/spip.php?article4803
[6] Fernando Castrillón Zapata, Efraín Jaramillo y Gregorio Mesa Cuadros, Colombia: La represa de Urrá y los Embera Katío del Alto Sinú. Una Historia de farsas y crímenes, en www.kaosenlared.net/noticia/colombia-represa-urra-embera-katio-alto-sinu-historia-farsas-crimenes
[7] MEDORO RESOURCES Ltda. se quiere tragar a Marmato, enwww.pacificocolombia.org/.../ medoro - resources -ltda... marmato /77
[8] Desplazamiento: el desangre continua, enwww.verdadabierta.com/index.php?option=com_content&id...
[9] Ricardo Aricapa, Las razones sociales y laborales que llevaron al paro a los corteros de caña, en www.rebanadasderealidad.com.ar/escuela-col-08-06.htm
[10] Gerardo Iglesias, “El agua y el aceite. Palma africana y derechos humanos”, en www.ecoportal.net Rel-UITA
[11] Ibíd.
[12] La palma africana negocio criminal de paramilitares y narcotraficantes, enwww.derechos.org/nizkor/colombia/doc/palma1.html
Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.




[1] http://www.sinpermiso.info/textos/colombia-capitalismo-gangsteril-y-despojo-territorial

sábado, 13 de agosto de 2016

Fragmentos REPÚBLICA de Platón

LIBRO IV
Para que el Estado sea feliz, han de serlo todos sus ciudadanos

I
 Al llegar a este punto, Adimanto, tomando la palabra, dijo:
- ¿Qué, pues, responderás, Sócrates, si alguien dice que tú no haces felices a tus guerreros, y eso a causa de ellos mismos, ya que en realidad son los dueños del Estado y no gozan de ninguna ventaja de los ciudadanos, como los demás [gobernantes de los otros Estados] que poseen tierras, se construyen bellas y espaciosas casas que amueblan con brillantez, ofrecen en su nombre sacrificios a los dioses, ejercitan la hospitalidad y poseen lo que ahora decías, oro, plata y todas las cosas que se conoce que tienen los que están destinados a ser felices? Sino, sencillamente, diría que están en la ciudad como defensores asalariados que no hacen otra cosa que montar la guardia.
- Sí dije yo , y no ganan más que su sustento, no añadiendo a éste ningún sueldo, como los demás [mercenarios], de manera que, si quisieran, no les es lícito salir al extranjero particularmente, ni mantener cortesanas, ni gastar a su antojo en otros placeres, cual hacen los que pasan por ser felices. Esas cosas y otras de parecida condición has dejado en tu reconvención.
- ¡Bien!, vengan, pues, esas afirmaciones.
- ¿Dices, pues, qué vamos a replicar?
- Sí.
- Siguiendo esa nuestra ruta, encontraremos lo que debe decirse, según yo creo. Diremos, en efecto, [que] nada sería de extraño si ellos [= nuestros guerreros] son de esa manera muy felices, porque no constituimos el Estado mirando que haya una clase única de ciudadanos nuestros particularmente feliz, sino el mayor número posible de ellos en el Estado entero; pues creemos que en un Estado de esta naturaleza se descubriría muy fácilmente la justicia, lo mismo que la injusticia en el Estado muy vicioso, y, después de ver esto, nos hallaremos en situación de juzgar la cuestión que desde tiempo nos ocupa. Ahora, pues, como creemos, formamos el Estado feliz, no escogiendo unos pocos de esa clase, sino [incluyéndolos] a todos; a continuación examinaremos el Estado contrario. De hecho, si alguno se nos acercase cuando estamos pintando una estatua y nos censurase porque no aplicamos los más bellos colores a las más bellas partes del cuerpo, pues los ojos, suprema hermosura del cuerpo, habían sido pintados de negro y no de color púrpura, me parece que nos defenderíamos con razón diciendo: «¡Oh admirable [hombre]!, piensas que nosotros debíamos pintar ojos tan bellos de manera que no parecieran ojos, como las demás partes del cuerpo; pero considera que, dando a cada parte el color que le corresponde, hacemos el conjunto perfecto; así también ahora es necesario que nosotros no procuremos para los guardianes una felicidad tal que les haga toda otra cosa que guardianes. Pues también podríamos establecer que los labradores se vistieran con túnicas talares, cubrirlos de oro y permitirles que no trabajasen la tierra sino para su placer; y que los alfareros reclinados sobre sus lechos bebiesen y banqueteasen junto al fuego, dejando aparte la rueda para trabajar cuando lo desear~n, y a todos los demás [ciudadanos] hacerlos felices de ese mismo modo, para que por eso la ciudad entera [viva] con [total] felicidad. Pero no nos hagas pensar de esa manera; porque, si te creyéramos, ni el labrador sería labrador, ni el alfarero, alfarero, ni llegaría a existir el Estado, si nadie permanece en su condición. Sin embargo, [esa] condición [de libertad] es menos grave que la de los otros [los guerreros]; pues el que lleguen a ser malos los zapateros, [por ejemplo], y se corrompan y presuman de que lo son no siéndolo, no supone nada grave para el Estado; pero que los guardianes de las leyes y del Estado, no siéndo[lo], sino pareciéndo[lo], tú ves por eso que destruyen por completo todo el Estado y que, por otra parte, sólo ellos tienen la oportunidad de que sea gobernado bien y obtenga la felicidad. » Si nosotros formamos guardianes, [son] verdaderos, nada absolutamente perjudiciales para el Estado, pero el que dice que los labradores [pueden ser] cualesquiera y como felices ciudadanos en fiestas, pero no en [sus funciones de]l Estado, diría otra cosa que el Estado. Debemos, por lo tanto, en primer lugar, examinar si establecemos los guardianes mirando que se les origine la mayor felicidad posible o si, mirando a todo el Estado por entero, debe atenderse a la felicidad general y se debe obligar por la fuerza o por la persuasión a nuestros auxiliares y guardianes a que sean los mejores artesanos de sus propias obras, y a todos los demás [ciudadanos] del mismo modo, y cuando de esa forma el Estado entero haya florecido y se haya consolidado bien, [si] debe dejarse que a cada uno la Naturaleza les dé la felicidad que le asigne.

Ni riquezas ni pobreza excesiva
 II
- ¡Bien! atajó él; me parece que dices bien.
- ¿Así pues continué yo , te parecerá que digo con justicia la proposición gemela de ésa?
- ¿Cuál precisamente?
- Examina de nuevo si estas dos cosas [que voy a nombrar] corrompen a los artesanos de manera que los vuelven malos.
- ¿Cuáles son, pues, ésas?
- La riqueza contesté yo y la pobreza.
- ¿De qué modo?
- De éste. ¿Te parece que un alfarero, después de haberse enriquecido, querrá cuidarse de su oficio?
- De ningún modo contestó.
- ¿Se volverá él más perezoso y descuidado?
- Mucho, en verdad.
- Por lo tanto, ¿llegará a ser un alfarero más malo?
- Y eso  -dijo-  mucho más.
- Y además, si no puede procurarse utensilios o cualquier otro objeto para [ejercer] su oficio a causa de la pobreza, ejecutará obras más deficientes y a sus hijos o a otros a quienes enseñe los hará unos obreros inferiores.
- ¿Pues cómo no?
- Por ambas cosas, pues, la pobreza y la riqueza, las obras de los artesanos [serán] de inferior calidad y también los propios artesanos.
- Es evidente.
- Pues, al parecer, hemos encontrado para los guardianes otra [tarea], la de que por todos los medios debe vigilarse que jamás penetren en la ciudad esos dos males sin que ellos se den cuenta.
- ¿Cuáles son esos males?
- La riqueza y la pobreza -contesté yo- ; porque una produce molicie, ociosidad e innovación, y la otra, en presencia de la innovación, la bajeza y la maldad.
- Ciertamente [sucede] mucho -dijo- . Sin embargo, Sócrates, reflexiona cómo nuestro Estado podrá hacer la guerra, ya que no ha adquirido dinero, por cuanto si, por otra parte, es necesario que luche contra un [Estado] grande y rico.
- [Es] evidente dije yo que [resulta] más penoso enfrentarse con un solo [Estado] y más fácil con dos de esa clase [que dices].
- ¿Cómo dices? -atajó él.
- En primer lugar -dije-, si acaso se debe combatir, ¿verdad que los atletas entregados a la guerra ombatirán con hombres ricos?
- Sí, [estoy de acuerdo con] eso -contestó.
-¿Pues qué, Adimanto? -continué yo-; ¿un púgil solo, cuando está muy bien preparado para la lucha, no te parece que pelea con más facilidad con dos que no son púgiles y además ricos y grasos?
- No, probablemente -contestó , si a la vez con los dos.
- ¿Ni siquiera si se despega de ellos apelando a la huida, para volverse siempre y golpear cada vez al que le sigue de cerca y si hace eso muchas veces y bajo un sol sofocante? ¿Acaso un hombre de tales condiciones no vencería a mayor número de esos que son así?
- Seguramente -contestó- no seria nada extraño.
- Pero ¿no crees que los ricos se dedican más al conocimiento y ejercicios del pugilato que a los de la guerra?
- Yo [así lo creo] ciertamente -dijo.
- Por consiguiente, nuestros atletas, por lo que se deduce, pelearán con dos o con más adversarios de ellos.
- Tendré que estar de acuerdo contigo -dijo-; pues me parece que tienes razón.
- ¿Y qué [pasaría] si, después de haber enviado una embajada a uno de los dos Estados, les dicen la verdad: «Nosotros no hacemos uso del oro y la plata, ni se nos está permitido, pero sí a vosotros; si, pues, os unís en la lucha con nosotros, los bienes de los otros son vuestros»?; ¿tú crees que los tales, después de haber escuchado esa proposición, escogerán luchar contra unos perros duros y flacos más que [luchar] contra las ovejas gordas y delicadas?
- No lo creo yo. Pero si para un solo Estado se acumulan los bienes de los otros, mira que no represente un peligro para el que es pobre.
- Tú eres feliz porque piensas que cualquier otro es digno de llevar el nombre de Estado como el que nosotros hemos organizado.
- ¿Pero por qué? -interrogó.
- Es necesario -continué yo- que se les dé un nombre más extenso a los demás [Estados], porque cada uno de ellos es un Estado múltiple, pero no uno, [como] en el juego. Sea lo que sea, contiene dos Estados enemigos entre sí: el de los pobres y el de los ricos; y de éstos, en cada uno de ellos, muchas más subdivisiones, a las que si las tratas como uno solo, errarías por completo, y si las tratas como a varios, dando 105 bienes de los otros a una clase de ellos, y el poder a las mismas personas, tú tendrás siempre muchos aliados y pocos enemigos. Y mientras tu Estado sea gobernado sabiamente como antes se estableció, será muy grande, no digo por su reputación, sino muy grande de hecho, aunque solamente tenga un millar de combatientes; pues no encontrarás fácilmente uno tan grande ni entre los griegos ni entre los bárbaros, aunque te parezca que son mucho más grandes que el nuestro; ¿acaso piensas de otro modo?
- No, ¡por Zeus! -contestó.

Límites del Estado
 III
- Por consiguiente -continué yo-, nos será posible fijar los límites que nuestros magistrados deben señalar al crecimiento del Estado y a la extensión de su territorio, después de haber renunciado a toda otra anexión. -- - ¿Qué límite? -preguntó.
- Me parece -contesté yo-  [que es] éste: mientras no pierda su unidad, si quiere aumentar, que aumente hasta ese límite, pero no más allá.
- Bien, en verdad -afirmo.
- Por lo tanto, también ordenaremos otra cosa a nuestros guardianes: que vigilen con toda atención que la ciudad no parezca ni grande ni pequeña, sino que guarde una cierta proporción y permanezca una.
- Y tal vez les daremos una orden poco importante -dijo.
- Y ciertamente -dije yo-, todavía [es] menos importante esta de la que hablé anteriormente, que se debían enviar, ora a las otras categorías [inferiores] a los niños degenerados de los guardianes, ora a las de los guardianes, a los de los otros, [que fueran] excelentes. Yo quería hacer ver que [los magistrados deben asignar a] los otros ciudadanos [la tarea] para la que uno ha nacido; por eso se debe educar a uno para una sola obra, con el objeto de que, ejerciendo cada uno una sola cosa, llegue a ser uno y no se divida en muchos, y de ese modo todo el Estado por entero sea uno solo y no múltiple.
- Es, en efecto -afirmó-, menos importante esto que aquello.
- Ciertamente, [mi] buen Adimanto -continué yo-, esos numerosos reglamentos que nosotros les asignamos no son, como podría parecer, sino de poca importancia, si observan el único que se llama grande, más [bien dicho], suficiente en vez de grande.
- ¿Cuál [es] ése? -preguntó.
- La instrucción y la educación -dije yo-; porque si son educados bien, llegan a ser justos, comprenden todas esas cuestiones y otras que nosotros dejamos ahora de lado: la posesión de las mujeres, el matrimonio, la procreación de los hijos, porque todas esas cosas, según el proverbio, deben realizarse lo más comúnmente posible entre amigos.
- Pues sería muy justo -afirmó.
- Y en verdad -dije-, si por otra parte la ciudad empieza bien organizada, se agranda como un círculo; porque una educación y una instrucción perfectas puestas a salvo forman buenos naturales, y, a su vez, esos dechados naturales arraigados en esa educación resultan todavía mejores que sus antepasados en todos los aspectos y [sobre todo] para la procreación, como también [sucede] en los demás animales.
- Es de razón por eso -afirmó.

LIBRO V

¿Posibilidad del Estado comunista? Cuando los filósofos sean reyes
XVII
>Pero a mí me parece, Sócrates, que si uno te deja desarrollar esta materia, ya no te acordarás más de la cuestión que has dejado de lado antes para entrar en todas estas disquisiciones: el que llegue a realizarse esa Constitución y de qué modo es posible; si llega a realizarse, el Estado que la posea tendrá toda clase de ventajas, y yo añado las que tú dejaste de lado: que nuestros guerreros combatirían tanto mejor a los enemigos cuanto menos se abandonen los unos a los otros, ya que, conociéndose mejor, se darían entre ellos el nombre de hermanos, de padres o de hijos; si, además, las mujeres tomasen parte en la guerra, ya se las ponga en línea con los hombres, ya se las coloque tras esa línea para hacer miedo al enemigo y para servir de refuerzo si es necesario alguna vez, sé que serían invencibles con toda esa alineación; y también, en tiempo de paz, veo cuántos bienes tendrían que tú has pasado por alto. Pero ya que estoy de acuerdo contigo en que se disfrutaría de todas esas ventajas y mil otras además, si nuestra Constitución se aplicase, no hables ya más sobre ella, sino intentemos ya convencernos a nosotros mismos de que es realizable y cómo puede serlo y dejemos de lado a lo demás.
- Repentinamente, tú -proseguí yo- hiciste irrupción en mi discurso y no perdonas mis retrasos. Pues ¿no sabes que, después de las dos olas de las que escapé con dificultad, lanzas contra mí la tercera, la más grande y la más difícil, la cual, cuando la hayas visto y escuchado, me perdonarás por completo y reconocerás que era natural mi vacilación y temía presentar una proposición tan extraña e intentar examinarla a fondo?
- Cuantas más excusas presentes -dijo-, más te apremiaremos a que nos expliques cómo es posible realizar nuestra Constitución. Pero habla y no demores.
- Pero ante todo -dije yo- es necesario recordar que nosotros hemos llegado hasta aquí buscando la naturaleza de la justicia y de la injusticia.
- ¡Sea!, ¿pero a qué eso? -preguntó.
- A nada; pero si llegamos a descubrir la naturaleza de la justicia, ¿acaso no exigiremos también que el hombre justo no se diferencie en nada de esta justicia, sino que en todo sea cual es la justicia?; ¿o estaremos satisfechos de que se acerque lo más posible a ella y que participe de ella más que los demás? --
- Así -dijo-; estaremos satisfechos.
- Por consiguiente, por poseer un modelo -proseguí yo-, buscábamos qué es la justicia y el hombre perfectamente justo, si podía existir, y, a la vez, lo que es la injusticia y el hombre completamente injusto, para que, poniendo nuestra mirada en ellos, aparezcan a nosotros su felicidad o su desdicha y nos veamos obligados a reconocernos en nosotros mismos que el que tenga la mayor semejanza con ellos tendrá una suerte más parecida a las suyas, pero no por eso era nuestra intención probar que esos modelos llegarían a ser posibles de realizar.
- Tú dices la verdad -afirmo.
- ¿Piensas, ciertamente, que una pintura es de menos valor la de aquel que, después de haber trazado el más bello modelo de hombre que pudiera existir y de haber dado todos los rasgos con perfección, no sería capaz de probar que pudiera existir un hombre de tal condición?
- No, ciertamente, ¡por Zeus! -contestó.
- ¿Qué, pues?, también nosotros decimos: ¿no trazábamos con la palabra el modelo de un Estado perfecto?
- Sí, en efecto.
- ¿Y crees que lo que hemos dicho vale menos por el hecho de si no podemos probar que es posible establecer un Estado como se decía?
- No, ciertamente -contestó.
- Por consiguiente -dije yo-, la verdad es de ese modo; pero si todavía debo tomarme interés de complacerte y de alguna manera principalmente demostrar también hasta qué punto podría ser realizable, de nuevo me mostrarás para esa demostración las mismas concesiones.
- ¿Cuáles?
- ¿Acaso es posible ejecutar algo como se describe, o en la naturaleza de las cosas la ejecución está menos cerca de la verdad que el discurso, aunque puede pensarse de otro modo?; ¿pero tú admites eso o no?
- Te lo admito -contestó.
- No es, pues, necesario que yo realice lo que he descrito con la palabra; pero, si yo puedo encontrar cómo podría establecerse un Estado muy cercano a nuestro ideal, reconoce que yo he demostrado lo que tú pides, la posibilidad de que llegue a ser lo que ordenas; ¿no estarás satisfecho de ese resultado?; pues yo lo estaría.
- Y yo también afirmo.  

XVIII
- Después de eso, al parecer, intentemos hallar y demostrar los defectos que hacen que los Estados de ahora no estén gobernados como el nuestro y qué cambio, el más insignificante, les llevaría hacia el espíritu de nuestra Constitución, que podría limitarse a un punto, o si no a dos, y en todo caso a un pequeño número de cosas de escasa importancia.
- Muy bien -asintió.
- Por tanto, cambiando una sola cosa, me parece que puedo demostrar que [ese Estado] cambiaría; sin embargo, [esa cosa] ni es pequeña ni fácil, pero posible.
- ¿Cuál? -preguntó.
- Pues me hallo sobre eso -dije yo- que comparábamos a la más enorme ola. Pero se dirá, por tanto, aunque como una ola que rompiera en carcajadas me sumergiera bajo el ridículo y el desprecio. Examina lo que voy a decir.
- Habla -dijo.
- A no ser -proseguí yo- que los filósofos sean los reyes en los Estados o los actualmente llamados reyes y soberanos sean filósofos en verdad y con suficiencia, y no se vea unida una cosa a otra, el poder político y la filosofía, y a no ser que una ley rigurosa aleje de los asuntos públicos a esa multitud de individuos a los que sus talentos les llevan exclusivamente a una o a otra, no habría remedio, querido Glaucón, ni para los males que devastan los Estados ni incluso, yo creo, para los del género humano; jamás, antes que esto [suceda], la Constitución que hemos trazado en idea nacerá, en la medida que es realizable, y verá la luz del día. Pero aquí está lo que desde hace mucho yo dudaba en declarar, viendo cómo iba a enfrentarme con las ideas admitidas; en efecto, se tendrá dificultad en admitir que la felicidad pública y privada no sea posible sino en nuestro Estado.
Y él dijo:
- ¡Oh Sócrates, qué palabra y qué declaración has lanzado, la que al proferirla te atraes sobre ti a gentes que no son de despreciar, que, despojándose de sus vestiduras a toda prisa y haciendo arma de lo primero que hallen a mano, caerán sobre ti con todas sus fuerzas para dejarte hecho de maravilla; y si a ellos no los rechazas con argumentos y no te escapas de sus manos, con seguridad, siendo objeto de sus burlas, pagarás tu temeridad.
- ¿Acaso no eres tú para mí el causante de ello? pregunté yo.
- Y congratulándome -contestó-. Pero no te abandonaré ciertamente, sino que te defenderé con todas mis fuerzas, refiriéndome a mi parcialidad y con mi exhortación, y a lo mejor te contestaré mejor que otro cualquiera. Y ya que tienes una ayuda de esta naturaleza, prueba a demostrar a los incrédulos que la cuestión es como tú la expones.
- Debo intentarlo -dije yo-, ya que tú te ofreces de ese modo como un gran aliado. Pues me parece [ser] necesario, si tenemos que escapar de quienes hablas, el explicarles qué clase de gentes son los filósofos, los que nos atrevemos a decir que deben gobernar, para que; una vez lleguen a ser bien conocidos, podamos defendernos demostrando que la Naturaleza ha hecho a unos para dedicarse a la filosofía y gobernar en el Estado, y a otros, para no dedicarse a ella y obedecer al que gobierna.
- Momento sería -dijo- de explicarlo.
- ¡Sea, pues!; acompáñame, a ver si por este lugar te conduciré convenientemente.
- ¡Vamos! dijo.
- ¿Será necesario -pregunté yo- que te recuerde o que tú te acuerdes de que, cuando decimos que alguien ama una cosa, debe, si se dice con justicia, mostrar su amor no por una parte, sino por la cosa entera?