jueves, 21 de enero de 2010

Lo que ha dado Colombia

1. Doxa sobre la doxa. Eddy Tomalá Guzmán

Carlos Sánchez Lozano nos ha dado un panorama no muy claro de la trayectoria de qué hacer filosófico en nuestro país enmarcados desde los años 40´ hasta nuestros días. Sin embargo, dicho trabajo lleno de pesimismo nos muestra una de las caras a dónde puede llegar nuestra cultura cotidiana de conformismo y qué me importismo de nuestra realidad. Carlos Sánchez dice:

“ El dogmatismo, la improvisación, el desconocimiento de los grandes hitos de la filosofía occidental, las lecturas temerarias o parcializadas, el olvido de la historia y las lenguas clásicas, cierta creencia de que la filosofía es el reino del la boutade y la charlatanería edulcorada con palabras raras, han persistido en nuestro medio. Cierto que están las excepciones, pero éstas no logran disimular la mediana generalizada”[1].

Lo que nos ocupa no es tal visión sobre la filosofía colombiana. “Aburguesarse” o “burocratizarse” es asunto ético, de una moral política que como asunto nos desviaría de nuestro tema. El problema que vemos es en fenómeno de la cultura, pero de la cultura cotidiana común y corriente sometida por los esquemas del neoliberalismo que pretenden hacer del hombre un modelo[2]. Entonces, el asunto de la visión filosófica, su autenticidad, no está en el tema meramente filosófico, metafísico, sino, el modo cual sea tratado. Pensar filosóficamente es seguir una actitud definida, no tanto como el ensayar sobre temas concretos de filosofía. Ya esto se nos preguntaron varios pensadores nuestros, si la filosofía estricta tenía que abordar temas generales o la posibilidad de tematizarlos localmente. Así, una generación de pensadores cuestionó la posibilidad de realizar o no una filosofía desde América, es decir, problematizó su existencia. Otros consideraron la universalidad del pensamiento, y otros, en la autenticidad. Dentro de este panorama, a la par, se pensó también en el compromiso de la filosofía con la realidad.

Se ha atribuido en parte a Ortega y Gasset el estímulo para la apertura hacia un pensamiento filosófico más depurado y la disposición hacia problemas propios dela filosofía, con apoyo en las obra de Husserl, problematizando en sí el pensar.

Pensadores que asimilaron la filosofía alemana, desde el ámbito de la Universidad Nacional, postularon un pensamiento universalista. Rafael Carrillo en 1939 sostuvo que la filosofía es una ciencia de la generalidad y pone en duda el nominativo de “filosofía latinoamericana”, a lo que se suma Danilo Cruz cuando expresa: “no creo que haya problemas típicamente americanos”.

Posteriormente, Jaime Vélez Correa compila, en “Procesos de la filosofía en Colombia” las opiniones de profesores sobre la existencia de un auténtico pensamiento filosófico. En dicha encuesta Jaime Jaramillo Uribe dijo que lo importante es que el pensamiento que se siente en el contorno social, haya tenido contacto con filosofía del presente y del pasado. Por lo mismo, considera que, sino no hay una originalidad, sí hay una tradición.

Pero la postura de la Universidad Nacional no es la única asumida. El pensador Daniel Herrera Restrepo asume una postura de preocupación por la realidad social. En el artículo “El hombre y la Filosofía”, escribe: “La misión del filósofo es de volver con todo su ser... a la realidad concreta para vivirla, y viviéndola describirla, y describiéndola, interpretar su sentido y el sentido de la existencia... sentirnos más humanos, si es necesario sacrificando la razón, he ahí nuestra misión”.

La historia, y no hay que desconocer, nos ha mostrado cómo la filosofía se convirtió en funcionaria de los sistemas operantes de las políticas dominantes, y en casos concretos. En “La Universidad Colombiana”, Germán Arciniegas nos refiere al control del Estado sobre los establecimientos universitarios para que éstos influyeran sobre el Estado mismo. El conservatismo y el liberalismo, han hundido sus raíces en corrientes filosóficas para justificar sus acciones e intereses[3]. De ahí, distintas generaciones en el qué hacer del filósofo colombiano.

Entre 1950 y 1980 se ha dado el predominio de la generación que Abel Naranjo Villegas denominó “socializadora”, de característica antiburguesa, reformista y secularizadora, donde corresponde el surgimiento de la fenomenología y las nuevas orientaciones filosóficas. Sin embargo, hubo ya otros antecedentes al respecto, cuando Cayetano Betancur y Marco Aurelio Correa Arango comienzan a referirse a la filosofía de Max Scheler y de Husserl.

“La filosofía en Colombia se constituyó en receptora de las corrientes más importantes del pensamiento alemán, esto es: de la teoría pura del derecho, de la filosofía de los valores, y del pensamiento de Husserl y Heidegger”.[4]

Es a partir de los años 60´ cuando la fenomenología toma un acento más idóneo edificados en fuentes primarias y de mayor actualización interpretativa, recurriendo si es el caso, a los Archivos de Husserl en Lovaina.

Ya hemos dicho al inicio de este ensayo, que nuestra intención no es de ocuparnos de lo que se está haciendo en filosofía, sino de la cultura que es nuestra preocupación., tarea de la filosofía:

“Nuestro filosofar no tiene por misión el racionalizar el mundo de nuestra experiencia como lo soñó Husserl. Nuestra misión es la de asumir humanamente este mundo”[5].

2. Funcionarios de la humanidad.

¿Para qué sirve la filosofía?, ¿qué es un filósofo?, son entre otras las preguntas que nos dejan al borde de un abismo que nos lleva la tecnología, el confort, la inmediatez y el vilipendio cultural. El docente de secundaria que dirige la clase de filosofía es dado a un tecnólogo teórico en filosofía y no un filósofo, y los que brotan y ascienden, luego se aburguesan (a la manera de Carlos Sánchez Lozano), salvo los perennes.

Parece que a nuestros jóvenes, culturalmente híbridos, no le interesa sino lo que “les conviene”, en un “todo vale” que hace posible un desequilibrio de identidad y personalidad en el ser humano actual, colombiano. Estos factores, trabajados por sociólogos, psicólogos, y en parte, por filósofos, dan los rasgos característicos de una época. A nuestra manera de ver, es consecuencia del avance de la tecnología, como lo concibió el mismo Husserl en Crisis de las ciencias Europeas. En ella se dice que la crisis de fundamentos a la que había llegado la filosofía y la ciencia fue por la preferencia a los hechos, a lo fáctico, empírico y relativo traídos con el positivismo como por el naturalismo (naturaleza física), el historicismo (la filosofía es una creación histórica) y el psicologismo (donde el pensamiento es acto de psicología). Husserl nos hace caer en cuenta que el mundo de las ciencias (las ciencias en plural), olvidó que se construía con y en el mundo de la vida, de lo cotidiano. Se desestimó todo aquello que no tuviera el rigor científico. La ciencia positiva, al otorgársele ciertos valores, dejó de lado las preguntas de la vida; se originó en función de la vida, creada en función de la humanización de la naturaleza y del hombre, y lo olvidó. La tecnología instrumentalizó al hombre y lo convirtió en medio.

La gente ya no cree en doctrinas ni propuestas que se hacen utópicas frente a la realidad inmediata. Hablar de humanización pierde sentido cuando el hambre se siente. Hablar de dignidad humana es ilusión cuando las personas desplazadas de sus lugares de procedencia sienten el dolor humano ante el frío de la noche, los peligros y las angustias. Y hablarles de teorías filosóficas suena a “carreta”, que no sirven de nada frente a las necesidades urgentes de los hombres que sufren violencias. ¡¡¿Qué temas les debe ocupar a los filósofos?!!. ¿Escepticismo?.

El pragmatismo utilitarista ha llevado al triunfo de los tecnócratas, que por medio de la política de dominio, manipulan y someten a la sociedad a su antojo e interés. El síntoma de desigualdad de las clases sociales de las que nos habló Marx se fija en el despilfarro que hacen unos pocos de los bienes de primera necesidad que necesita una mayoría pobre. La creación de una necesidad de consumo en las masas humanas de estrato social bajo ayudan a sostener la minoría de una mínima clase social dominante[6].

La conciencia del hombre común es la de evadir la conciencia. Evadir quiere decir “carecer de una toma de conciencia de la realidad inmediata”. Entonces, transformar el mundo ya no importa, y por tanto, pensar en el mundo no interesa. El filosofo queda reducido a una inexistencia.

El hombre se acostumbró a vivir esta vida. Y a pesar de que no quiere quedarse en una segunda “autoculpable minoría de edad”, es indiferente a esa realidad. Oír, ver, ser testigo de hechos inhumanos, ya no es causa de asombro para quienes presencian situaciones denigrantes a diario. ¿Qué papel juega el filósofo?.

Volvemos a buscar el sentido de la vida que replantea Husserl, el cual dice:

“La filosofía, en cuanto teoría, no solo hace libre al investigador, sino a todos los hombre filosóficamente cultivados”.


El asunto nos lleva a humanizarnos más. En interesarnos en la cultura para dar aporte a su transformación y resignificación del ser humano. El hombre ha perdido la fe en sí mismo, y es misión del filósofo devolvérsela. No en el sentido romántico, sino como propuesta de un protagonismo en que el hombre se haga así mismo solidariamente, sintiendo el dolor del otro como propio. Esto es, demostrarle al mundo que los seres humanos, los seres humanos colombianos, los seres humanos colombianos desplazados por la violencia tienen dignidad.

La función del filósofo no es profética ni mucho menos redentor de la situación del hombre, pero sí puede proponer nuevos enfoques que ayuden a humanizar el mundo en que circunda la realidad actual. Se piensa sobre algo, y la realidad es el algo sobre lo que se piensa. Si la razón parte de la vivencia del hombre, esta razón vivida, la de la humanidad doblegada puede ser pensada y dar explicaciones de esa realidad. Los enfoques, bajos los principios que sostiene el filósofo, pueden dar un sentido humanitaria al hombre. Esto puede traernos contradicciones ya que la red de relaciones cada vez más extensa, múltiples y diversas no acabarían por definir con exactitud los problemas del hombre actual. Sin embargo, en esa extensa red (propuestas, teorías, descripciones de problema), hay algo en común que es la relación en sí misma.

Tratar temas de humanidad puede para unos ser algo de menor importancia que la filosofía debería dejar a otras ciencias y disciplinas. Husserl esto no lo aceptaría. La red de relaciones implica indirectamente aspectos aislados pero que permanecen intrínsecos en los problemas del hombre como integridad. Lo que vivimos es el resultado de un proceso, y para comprender el sentido del hombre, comprendiendo el proceso histórico que lo ha modelado, es comprender el sentido del hombre colombiano desplazado por la violencia. Comprender la totalidad del hombre es comprender la comunidad en la que se constituye. Ya lo decía Ernesto Sábato:

“La dificultad de la vida moderna, el desempleo y la superpoblación han llevado al hombre a una dramática preocupación por lo económico... La primera tragedia que debe ser urgentemente reparada es la desvalorización de sí mismo que siente el hombre...”.

El problema de la filosofía actual no es ajena, ni mucho menos novedosa. El sentido y la tarea ha sido de humanizar, y así se ha pensado desde antigua pasando por las diferentes etapas de la historia y cómo estas fueron concebidas. No hay que replantear los temas, simplemente hay que asumirlos.

3. Salmo 8

Husserl nos ha dado a entender que conocer es vivir, y que esas vivencias que experimenta el hombre son concientes, pues el hombre es conciente de lo que está viviendo. Ahí está su humanidad y su filosofar: volver sobre ello es reflexionar y humanizar.

Algunos pensadores, entre ellos colombianos, pensaron y creyeron que el tema de la liberación del hombre no podía ser asunto filosófico. Eso era negarle a la posibilidad de la filosofía en pensar cosas concretas en sí misma. Además, el término liberación, que se indicó como propio de una tendencia latinoamericana, era tan universal como su propuesta misma. Consideramos que una filosofía auténtica es gestora de transformaciones a todos los niveles coyunturales.

A partir de la cruda situación de nuestro país, los conceptos de persona y todo lo que ella implica, han cambiado, este concepto no es unívoco, sino es una amplia gama de posibilidades según las circunstancias vitales de los colombianos. La filosofía tiene aquí su papel transformador, tiene muchas posibilidades de trabajo. Debe analizar con profundidad las comprensiones en torno a ideas como la libertad, la dignidad, la persona, para llegar a la resignificación de las mismas.[7]

Finalmente, diremos, siguiendo a un pensador nuestro, que la humanidad, los actos de humanidad, de solidaridad, son actos racionales. Así, tenemos que ir a nuestra realidad tal cual se nos presenta, para que en esa medida aceptemos que

“la filosofía está llamada a recuperar las diversas estructuras fundamentales y operantes de la existencia humana en su vida cotidiana, gracias a las cuales creamos ciencia, técnica, política, relaciones sociales, instituciones, historia; en fin, cultura.

Si nuestra filosofía está en función del hombre y si la esencia del hombre es el “yo puedo”, es decir, la libertad, la filosofía está en función de la emancipación humana”[8].
[1] Sánchez Lozano, Carlos. En torno a la filosofía colombiana de fin de siglo. En: Boletín cultural bibliográfico, Volumen 36, número 50 – 51, 1999.
[2] Cfr. Esguerra Fajardo, Alfonso. Dios: Visión neoliberal. En: El tiempo. 12 de mayo de 2002.
[3] Cfr. Tirado, Alvaro. Las guerras civiles en Colombia, en: Cuadernos colombianos. Medellín. Volumen 3 # 10, octubre – diciembre, 1976.
[4] Jalif de Bertranou, Clara Alicia. Colombia: de la república liberal a la liberación de la filosofía. El surgimiento de la fenomenología. Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza, Argentina.
[5] Herrera, Daniel. Hombre y filosofía. Cali, Universidad del Valle, 1970.
[6] Cfr. Conill, Jesús. El Enigma del animal fantástico.
[7] Cfr. Hamburgo, Alvaro. Filosofía latinoamericana de la liberación: una mirada retrospectiva y evaluativa desde los noventa. En: Cuadernos de filosofía latinoamericana. N° 76-77. Bogotá: Usta, julio – diciembre de 1999.
[8] Herrera, Daniel. Nosotros y la fenomenología.